Julio Castro – La República Cultural
Alicia tiene su propio mundo, pero está dentro del nuestro… o tal vez no, porque el medio visual que utilizamos la mayoría no es el mismo que rige sus parámetros. Por eso Onírica Mecánica nos invita a pasar por esta experiencia, en la que los sentidos se disparan en otras direcciones, mientras diluyes tus sensaciones en un océano de oscuridad para tus ojos, y de formas, sonidos tactos y olores, en las que quieres encontrarte durante esos 50’ que te dejan analizar qué ocurre en tu interior y a tu alrededor.
La narratividad que Jesús Nieto venía imprimiendo a sus anteriores trabajos (El intrépido viaje de un hombre y un pez, o El circo submarino), se transforma en este caso para dar lugar a un sistema que procede de dentro del propio público, de cada individuo, así que asistimos a un formato que, no sólo es mucho menos convencional, sino que abarca un escenario diferente, que cada cual debemos construir a nuestro alrededor, con las pequeñas pistas que nos va dejando la compañía.
El mundo de Alicia está presente, pero en realidad parte de sonidos, olores, sabores,… de la manera en que sentimos cómo nos tocan o cómo los sonidos se transforman en esenciales para poder orientar nuestra vida. A partir del momento en que te pones el antifaz, el propio “yo” es lo fundamental, porque para poder sobrevivir entre las tinieblas dependes del resto, pero tienes que empezar por ayudarte tú mism@.
Y si se transforma el formato narrativo de la compañía, el sistema y el entorno de trabajo sufren su propia modificación, porque pasamos de los sistemas de manipulación mecánica y manual, los artilugios físicos construidos para la narración, a un método en el que el propio artilugio es la supervivencia, la forma en la que tienes que ingeniártelas para salir adelante en los retos que te marcas o te exigen.
Aún así, al retirarnos el antifaz, somos conscientes de la diferencia entre nuestra realidad y la de aquellas personas que no tienen la opción de quitarse una venda de los ojos cuando quieren. Pero también queda el pequeño espacio poético en el que la venda se limita a aquellas personas que no son capaces de ver, más que a quienes poseen una limitación sensorial de la vista. Y en esto último creo que está precisamente la mano del autor y de la protagonista, Mariu del Amo, a la que también pudimos ver hace unos años en el montaje de la compañía Contando Hormigas, y cuya historia tiene mucho que ver con este trabajo, ya que que estamos viviendo las dificultades de una ubicación en nuestra sociedad, solo que en este caso ocurre en primera persona, y no como mer@s espectador@s.
A la salida comentamos lo sentido (lo visto de otra manera), y Antonio Sarrió me dice que no ha podido evitar recordar la novela de Saramago. Coincido, me parece lógico, pero es que durante este recorrido hay momentos para meditar, para preocuparse un poquito, para divertirse o para disfrutar de una sensación diferente. Y vuelvo a lo de la venda: nos la quitaremos después y lo sabemos, y estamos en un espacio confiable, el que nos proporciona gente que sabemos que nos protegerá durante la función, y que luego nos dirá “quítate el antifaz, ya puedes ver”. Al final siempre son mundos diferentes, pero hay que ser capaces de acercarse a comprenderlos.
La arriesgada apuesta que hace Onírica Mecánica en este caso, sólo permite trabajar con 25 personas a la vez. Fue experimentada en el espacio de ETC, en la sala Cuarta Pared, durante unos meses en el año 2011, a raíz del cual se llevó a cabo una muestra muy sintética de pocos minutos. Desde entonces (asistí como observador y no como participante), veo que ha evolucionado y madurado, pero que estamos en un recorrido sin fin, que tendría la capacidad de transformarse completamente cada vez que se pone en escena, porque aquí el público no es nunca indiferente al proyecto.