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Julio Castro – La República Cultural
Como sabemos, llevamos ya mucho tiempo viviendo en la inercia de los recortes económicos, y como también sabemos, hace años que afectan siempre en la misma dirección. Ahora, poco a poco, vamos desvelando que en la profesión artística, la profesionalidad no reside en esa “sopa boba” que muchos responsables institucionales, y mucha ultraderecha de este país ha venido señalando, con ánimo, como siempre, de destruir (única iniciativa de la derecha en general, y en este país en particular). Como quiera que el arte y la cultura siempre han sabido trabajar y expresarse, y buscarse la vida (a diferencia de los “profesionales de la política”), sin robar, sin estafar, sin pedir caridad, aquí encontraremos que, resulte como resulte el montaje que se nos ofrece, hay gente que ha creído en él sinceramente: sus responsables, que son su equipo artístico y técnico.
Aquí no caben ambages, porque, como nos cuenta el propio equipo antes de estrenar, los recortes les dejaron embarcados y sin nada, una vez realizadas todas las inversiones, pero decidieron tirar adelante, así que les citaré:
En junio de 2012, un grupo de actores nos comprometimos, mediante firmas de cartas de compromiso, a iniciar el 14 de enero de 2013 una relación laboral con el Teatro de La Abadía: la producción de El café de Fassbinder, dirigida por Dan Jemmett.
A finales de noviembre, la Fundación Teatro de La Abadía recibe una notificación institucional en la que se le informa de la cancelación de una subvención acordada que al desaparecer, y sumada a los sucesivos recortes a los que han tenido que proceder en la presente situación económica las instituciones que forman el Patronato, imposibilita la producción de este espectáculo.
El Teatro de La Abadía nos comunica a los actores el 4 de diciembre de 2012 la cancelación del proyecto. Considerando la difícil situación económica, profesional y artística en que nos dejaba esta cancelación, los actores planteamos al teatro una propuesta de viabilidad que consiste en arriesgar nuestro sueldo haciéndolo depender de los ingresos de taquilla. Una iniciativa actoral que supone una especial relación de producción solo ante esta situación excepcional.
Finalmente, y después de diversas reuniones con el teatro, la iniciativa y voluntad de todos, incluyendo al director de escena que se suma a este plan de viabilidad mediante una disminución de su salario, han hecho posible que el proyecto siga adelante.
Estamos convencidos de que la sociedad necesita, más en estos tiempos, reconocerse, cuestionarse, formarse, encontrar en las artes las preguntas necesarias que le inviten a la reflexión en el camino de forjarse un juicio crítico. Citando a Javier Marías: “Los que escriben y hacen cine, los que interpretan y componen música, todos ellos dan consuelo al término de la jornada. Lo dan incluso a quienes no frecuentan sus obras, porque el arte y las ficciones acaban por permear las existencias de todos aunque sea indirectamente. Son parte de nuestra formación como personas y, si no otras cosas, nos enseñan a pasar por la tierra con una dimensión imaginativa, a mi modo de ver necesaria para comprender lo que nos pasa, y útil para aguantarlo…”
Aun expuestos a la realidad del mercado, arriesgamos nuestro sueldo y apostamos por proyectos como este, esperando a un público que nos escuche.
Les esperamos en El café de Fassbinder, del 27 de febrero al 31 de marzo en el Teatro de La Abadía.
Son valientes y, sólo por ello, merecen seguir adelante. Pero además, el equipo cuenta con un buen puñado de buen@s profesionales. Sin duda, hay que ir a verles, y hay que apoyarles. Y también hay que recordar que no son las únicas personas que están lanzándose al vacío sin red en este mundo de las artes, porque son millares de ellas, y cada día comen, se visten, salen a trabajar o a buscar trabajo, pagan sus recibos y sus impuestos, y todo ello sin ayuda pública.
Le joda, al gobernante que le joda, y aunque las carteleras oficiales no quieran publicar estas cosas, sin duda, hay que decirlas. Y dar las gracias a quienes brindan sus riesgos.
Sobre la obra
“No se puede saber si a Don Marzio le gusta el café. Y además no está ahí para eso, el café de Ridolfo, para que le guste a nadie. Sirve de pretexto para las conversaciones. Que son productivas porque está bien situado, entre la casa de juego y la casa de placer…”. Con estas palabras comenzó la presentación en el programa de mano del propio Fassbinder, cuando en 1969 estrenó este Café. Conversaciones entre el juego y el placer.
Adictos al juego y a la cafeína, oportunistas, embusteros, adúlteros, mafiosos y criados adinerados forman la fauna de El café, la obra que el prolífico Rainer Werner Fassbinder concibió con apenas 24 años, a partir de la comedia dieciochesca de Carlo Goldoni. Con ella dio el salto del teatro underground (el mítico “antiteatro” de Múnich) al escenario a la italiana (el Teatro Municipal de Bremen).
Cinco años después de Argelino, servidor de dos amos (también una reescritura de Goldoni), La Abadía vuelve a este virtuoso de la sátira social, heredero de la tradición de la Commedia dell’Arte, con una obra que no ha perdido un ápice de actualidad, en la que todas las relaciones y actividad humana están viciadas por el poder y el dinero.
El británico Dan Jemmett, cuyos espectáculos se han podido ver en el Festival de Otoño de Madrid, la Comédie Française, el Théâtre Vidy-Lausanne y el Bouffes du Nord, vuelve a La Abadía después de su singular puesta en escena de El Burlador de Sevilla.
