Julio Castro – La República Cultural
Hamlet comienza su monólogo paseando entre escombros, y entre la destrucción se pregunta por los motivos que lleva a fundir cañones cada día. Así encontramos el montaje que dirige Noé Denia, a partir de una dramaturgia compuesta por Rocío Bello, y que tuvo su punto de partida en la sala García Lorca de la Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid.
Estamos ante un trabajo que parece investigar en algunos roles de los personajes, entre los entresijos que el autor dejó en sus textos, para llevarnos a un lugar más profundo de los mismos. Casi como una radiografía del Hamlet, en el que la superficie ha tenido siempre mucha más fuerza en cada uno de ellos, salvo en el protagonista.
Se ha querido generar un contraste, manteniendo el toque del lenguaje más clásico, acercando un poco el texto a un formato más actual, a la vez que el vestuario, si bien formal, nos trae definitivamente al mundo presente.
Precisamente en este sentido, vamos encontrando contrastes entre los elementos del montaje, y los mismos personajes exageran esa disparidad entre sí y entre sus homólogos shkespearianos. Es interesante el tratamiento de los personajes, de manera que, por ejemplo, encontramos a una Rosencrantz que cobra algo mayor protagonismo en escena, transformándose en una especie de consultora profesional o directiva de empresa, tanto en el aspecto como en su intervención, aunque finalmente decide encarar el tipo de una psicóloga que quiere tratar la locura del protagonista.
Por otro lado, encontramos a un padre de Ofelia, con un toque realmente cómico, que Javier Lago lleva muy adecuadamente, y que contrasta con la gravedad de las situaciones que afronta. Pero que a la vez denota muy bien la situación a modo de bufón dispuesto a hacer cualquier cosa por mantener su apuesta personal y familiar, en la boda de su hija con el heredero del trono. Es una buena idea que estaría muy bien explorar en profundidad, y que apunta en cierto modo en el desarrollo de la Rosencrantz que protagoniza Ana Mayo, y en parte en otros personajes, pero que destaca en ese Polonio.
En diversos momentos, el simbolismo nos trae a la actualidad, en un momento dado apuntan al rock actual, y seguramente al grupo Hamlet, con una banda musical, pero a ritmo y marcha de procesión.
El personaje enloquecido de Ofelia, al que interpreta Gloria Albalate, resulta más enloquecida en su exageración de la búsqueda de aquello que no ha de encontrar, y parece que finalmente le cuesta morir, para encontrarse como muestra de otro simbolismo, en una enorme cruz iluminada en el suelo, que permitirá una nueva alegoría, la de matar a dios, equivalente en estos casos con la de matar a un padre. Probablemente este montaje recalcará mucho más el Edipo de Hamlet en sus exigencias hacia la madre y en el modo de llevarlas a cabo.
Si los personajes están parcialmente actualizados, así como el entorno de guerra en el que nos sumergen, creo que merecería también la pena ahondar en la actualización de los textos, porque se lograría alcanzar el efecto que parece desearse en la construcción.
Estamos ante el segundo trabajo de dirección de Noé Denia, que hace meses me sorprendía con un trabajo final de estudios a partir de un texto de Joe Orton, en el que lograba dejarnos su propia visión de una puesta en escena. Ahora parece que las cosas cambian de rumbo y nos muestra un nuevo perfil, mucho más próximo a lo clásico, desde el concepto del teatro contemporáneo.