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Julio Castro – La República Cultural
La desaparición de una criatura de tres años siempre pasa por una tragedia en tanto se desvelan los hechos y aparece (o no). Los hechos que pueden ser claros o tratarse tan solo de suposiciones basadas en estadísticas, hasta que estos se convierten en la realidad, en la dura realidad.
Jordi Galcerán y Tazmin Towsend, autor y directora respectivamente, crean un juego que implica demasiados aspectos de los propios espectadores, es decir, la obra trasciende rápidamente el escenario para introducirse en aquellas personas que la presencian. Al contrario que otras obras, en las que el espectador es situado en el centro de la escena.
Y este juego al que me refiero implica la intriga de la trama, la incógnita de la relación entre los propios personajes, los sentimientos que se desarrollan en ese decorado, la exploración de los límites a los que puede llegar el autor y su obra a la hora de jugar con los sentimientos de su público. Esto, trasladado a la otra parte, se traduce en un espectador profundamente intrigado por la investigación del caso, el análisis de los caracteres de los personajes o el movimiento de los sentimientos del que mira siempre sobre el filo de la navaja.
Y, claro, el sentido de la obra, el carácter de la interpretación, la dirección, el texto, los decorados…
El diseño de un decorado, tan realista y actual como el que se presenta en esta obra, ayuda a la situación en escena del espectador, pero siempre parece indicar “cuidado, puede que todo se quede en la apariencia”. Bien, creo que en este caso no es así, aunque no dan tiempo a pensarlo durante la representación, ya que, desde las dos primeras frases entramos en una dinámica que los protagonistas irán acelerando en su interpretación prácticamente hasta el final. A veces el objetivo es el de no dejar pensar, lo cual pone el drama en la cabeza del que asiste a él, como si de una realidad se tratara, otras veces se juega como prestidigitador con la necesidad de no permitir pensar qué es lo que hay en la otra mano o en la manga, a fin de conducirnos, sin posibilidad de reacción, al límite de la vivencia contenida en el argumento.
Otra cuestión bien diferente será debatir hasta qué punto es lícito ejercer esa presión en el teatro sobre los espectadores, y aquí las opiniones deben darlas quienes asisten a la obra, pero como premisa vaya el que cada día en la televisión y en otros medios de comunicación o, peor aún, en la vida real, también nos vemos enfrentados a terribles situaciones que apartamos rápidamente de nuestras acostumbradas y aborregadas mentes, sin querer ver lo que hay detrás de esa tragedia, ni cómo puede involucrar a todos los demás: eso no tiene nada que ver conmigo. Probablemente este sea el debate de la obra: ¿realmente no me implica lo ajeno?
Si uno llega a sufrir implicación durante la representación, se habrán demostrado dos cosas: que los medios culturales también pueden involucrar a la gente y que todavía existe la capacidad de solidaridad y empatía ante lo ajeno.
La interpretación me parece buena en todos los sentidos, si bien los personajes reflejan distintos caracteres de facetas próximas. No voy a entrar en la diatriba de un papel mejor que otro, porque sin el conjunto no se engrana bien el argumento y creo que eso se ha conseguido. Puedo tener (y tengo) preferencias por un@ u otr@ intérprete, o por el papel de alguna persona, pero no quiero ir más allá en este análisis ahora, es preferible transferir el papel al tema y su ejecución.
Tan solo una mala crítica personal: no creo que en los tiempos de exclusión que corren se deba recalar en términos como “terrorista islámico” (probablemente ni siquiera en clave de parodia), porque viene a tener el valor del lenguaje sexista que también rechazamos. Y lo digo desde mi posición de ateo, pero identificar cosas tan dispares para rechazar a gente, acaba siendo como calificar de terroristas a los vascos… y etc. No tiene mayor importancia que situarnos en el contexto, pero es que cada día me chirrían más estos términos.
Aviso, habrá quienes tengan un profundo rechazo por la obra, pero, antes de entrar a verla, pensemos que es una obra realmente emocional.
