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ISSN 2174 - 4092

Sesenta kilos, de Ramón Palomar - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

“Era un paria, un perdedor, un inadaptado, un delincuente de poca monta, un buscavidas sin aspiraciones, un tipo que vivía a salto de mata…”. He preferido que fueran las propias palabras del autor las que nos introdujeran en los personajes que habitan esta novela, tipos como el descrito y algo más, pues se debe sumar la violencia y ese instinto muy desarrollado en los bajos fondos para la supervivencia. La novela es un auténtico bochorno de satisfacción, una cana al aire en lo que ahora nos venden como novela criminal, un placer inaudito recuperando las viejas mañas de las buenas historias de criminales, salvo que aquí los criminales son tipos chungos, violentos, poligoneros y drogotas. No hay ninguno bueno, tampoco se precisa y los ambientes que el escritor recrea, con maestría, son de categoría.

Sesenta kilos, de Ramón Palomar

Instinto de supervivencia en los bajos fondos

Sesenta kilos
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Sesenta kilos

Portada del libro de Ramón Palomar

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Portada del libro de Ramón Palomar

DATOS RELACIONADOS

Título: Sesenta kilos
Autor: Ramón Palomar
Páginas: 319
ISBN: 978-84-253-4933-1
Editorial: Grijalbo (2013)

Sergio Torrijos – La República Cultural

Era un paria, un perdedor, un inadaptado, un delincuente de poca monta, un buscavidas sin aspiraciones, un tipo que vivía a salto de mata…”. He preferido que fueran las propias palabras del autor las que nos introdujeran en los personajes que habitan esta novela, tipos como el descrito y algo más, pues se debe sumar la violencia y ese instinto muy desarrollado en los bajos fondos para la supervivencia.

La novela es un auténtico bochorno de satisfacción, una cana al aire en lo que ahora nos venden como novela criminal, un placer inaudito recuperando las viejas mañas de las buenas historias de criminales, salvo que aquí los criminales son tipos chungos, violentos, poligoneros y drogotas. No hay ninguno bueno, tampoco se precisa y los ambientes que el escritor recrea, con maestría, son de categoría.

La narración arranca con el robo de un cargamento de sesenta kilos, imagínense ustedes de qué material, a partir de ahí una historia perfectamente urdida, donde la avaricia, la desesperación, la muerte se entremezclan, se fusionan eclosionando en una trama que se narra, no por el gusto de denunciar sino por el placer de contarla, de amenizar a la audiencia con una macarrada en forma de literatura.

La obra tiene muchas partes buenas, demasiadas y creo que su principal problema, me he vuelto medio loco para ponerle una pega, es su densidad. La primera mitad de la novela es tan potente que se precisa dejar la lectura por momentos para intentar digerir lo que nos expone el autor. Magia en palabras, ambientes perfectamente recreados, sensaciones tan cercanas y reales que casi podría ser una fotografía, demasiado real, de los bajos fondos.

Como debut literario me parece un escándalo, una patada en la puerta de las librerías y me recuerda mucho a otros inicios como el de Montero González, del que creo se tiene influencia.

Ramón Palomar tiene una prosa eficiente, usando el lenguaje callejero a su antojo, imponiendo la ley de la calle, de las palabras que tienen un significado preciso y que sobran en un diccionario, aunque por otro lado, no todo van a ser alabanzas, debería plantearse, en algunas ocasiones, el uso de alguna coma, no por nada, sino por permitir respirar al lector.

La novela tiene una magia propia, un ritmo elevadísimo que casi te imposibilita dejarla ni un momento y que es potenciada no sólo por las buenas artes del autor sino también por esos capítulos cortos, ese foco de la narración que va a de un personaje a otro y que te mantienen en una tensión continua.

El libro merece nuestra más sincera recomendación. No es una obra al uso de personajes algodonosos, aquí todos son malos o buenos según se mire, todos tienen un toque negro que es capaz de aflorar en cualquier momento, las situaciones son complicadas y pueden llegar a serlo más aún más. Es una novela de criminales, ninguno es un angelito, tienen el instinto de supervivencia extremadamente desarrollado y son capaces de casi todo para ello. También se agradece los ambientes creados por el autor, unos espacios que deberían ocupar con profusión mayor número de escritores pero que, cosas de los mercados, o de quien sea, quedan demasiado vacíos, sirva como ejemplo y como punto final: “Los neones azul eléctrico del burdel Rojo y Negro superaban la mayoría de los habituales y mortecinas luces de los puticlubs de carretera destartalados que parecían ofrecer sospechosas entrepiernas de fritanga a precio de saldo sólo apta para bobos, primerizos o camioneros desesperados. […] Atraía a todo tipo de clientela: ejecutivos estresados, estudiantes que no estudiaban, golfos indecentes y decentes, esposos adictos a la cana al aire, comerciales de informática, abogados celebrando un éxito, fontaneros derrochando su ganancia de dinero negro, empresarios redondeando una operación…Y todos encontraban en aquel parque temático su justiprecio, su óptima perversión, su anhelo secreto. El Rojo y Negro jugaba en la primera división de los lupanares, lejos del clásico mobiliario de railite y de la agobiante, tópica arquitectura puticlubesca”.

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