Julio Castro – La República Cultural
Me preguntaron qué podía decir brevemente de esta novela. Y dije: un día, cuando aprendes a montar en bici, alguien debe retirarte las ruedecitas, o dejar de sujetarte desde atrás. Y desde ese punto de vista, la novela de Inma Luna desenfunda los sentimientos del fondo del ropero, les da la vuelta, los limpia, los remienda, te viste de nuevo y te empuja a caminar.
Hace unos años conocí a Inma Luna y sus relatos publicados en la editorial Baile del Sol (Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero), además de sus poemas, ya sea en papel, o en vivo y en directo. Sinceramente, no sé qué fue primero entre todas estas cosas, pero lo tengo como un totum revolutum, porque, además, comenzó a colaborar en La República Cultural, y se fue amasando la historia en lo que hoy es ya una buena amistad: han llovido luchas, manifestaciones, 15Ms, espacios de complicidad literaria, de teatros y de cine, humor o cañas.
Y cuento esto, porque pese a todo no hay impedimento en la crítica o la provocación, por correo, teléfono, redes sociales o en persona, y la confianza llevó a que me contara que estaba comenzando a escribir una novela, que es la que hoy se lanza desde la misma editorial de su primer libro de relatos (que hoy va por ¡la tercera edición!). Lanzarte al vacío con una novela (sobre todo con una novela como esta), no es una aventura sencilla, y en ocasiones las cosas se alargan en el tiempo. La segunda parte de la aventura es la de enfrentar tu texto a l@s lector@s, y puede que sea más dura que las demás.
Ocurre que Inma es de esas autoras que escribe desde las entrañas, que las tiene muy cerca de su cabeza, así que la imaginación se revuelve con las sensaciones resultando siempre en un compendio que aporta imágenes, recuerdos, espacios personales, sabores y olores… diría que en ocasiones la lectura te deja la impresión de un tacto que pasa por allí.
No hay que confundirse, porque no hablamos de un texto delicado, tampoco de un texto agresivo, es una novela todoterreno, en la que los personajes no sólo están bien definidos, sino que están bien delimitados. La autora no expone vaguedades colectivas, ni diluye las vidas de los elementos (ya sean principales o secundarios): ha querido trabajar cada uno de ellos como un todo individual, que interactúa más o menos con el resto de personajes (unos por necesidad, otros a su pesar), pero que cuenta con su respectivo espacio propio y con características individuales.
Así es el protagonista principal, un tipo raro, con una gran vida interior, con serios problemas de ubicación, descentrado de la vida, casi aislado por completo. Por contraste, las vidas que se desarrollan a su alrededor (y muy a pesar suyo) florecen, casi explotan como una eclosión de color sobre el gris del encierro en sí mismo, como una fuente de energía que apenas es capaz de comprender o de asumir.
En realidad, Luis es un personaje difícil, complicado de tratar, de tratarse. En ciertas ocasiones recuerda a los de Eduardo Mendoza, por las situaciones en que acaba metido, por la extraña manera de discurrir en su lógica/ilógica, por la inocencia que le convierte en autodestructivo, o en destructivo para su entorno… a su manera.
Se utilizan muy bien los elementos del entorno, para establecer las redes de comunicación entre los islotes que son los personajes, que somos cada uno en la vida. De manera que el pequeño Guille es un nexo de conexión fácil, casi prescindible hasta que se convierte en pieza estable y ya no puede salir del entramado. Pero también Felisa Carvajosa acaba siendo un eslabón más de la cadena que les envuelve y les hace ser el elenco de esta historia, con dotes de surrealismo, con brotes de tremenda realidad. Guille es la excusa que acabará conectando con Noelia, con Pasión, con Elena Páramo… Pero, en definitiva, el sumidero de Potlach es el verdadero argumento en el que se hunden las raíces del relato para dar comienzo al viaje, final a las penas, y en lugar de despedida, nos ofrece una continuidad fuera del libro una vez llegamos al punto final. Se me ocurre que Potlach es esa persona, animal u objeto en el que depositas innumerables amarguras, mientras te devuelve aquello que necesitas para sobrevivir.
Sus personajes viven intensamente, unos con la necesidad de librarse de sus fobias vertiéndolas en quienes les rodean, otros absorbiendo las ajenas para devolver cariño y apoyo, que es otra manera de tratar de librarse de las propias, otros dañando a quienes encuentran y, finalmente, otros alejándose para no sufrir más. Cada cual puede elegir su “yo” en este menú, pero acabaremos reconociéndonos en todos y cada uno de los protagonistas, y también en las herramientas que utilizan.
Así es la novela de Inma Luna, porque así es esta autora con sus textos, y tiene la capacidad de contagiarse a sus páginas: de contagiarse a nosotr@s, lectores que seguimos esa vida, casi de argumento novelado en el que las conexiones parecen casuales y tan sólo estaban ahí y las hemos generado con nuestros deseos, con nuestras esperanzas.
Tras conocer los relatos cortos, los numerosos poemarios publicados en estos años, parte de otros poemarios están pendientes, y ahora esta novela, me parece que en esta incursión en un nuevo género, la autora se traslada de la prosa breve más incisiva y de la poesía más creativa, a la novela de ficción más realista que se nos puede aproximar. A través de ella, sus personajes viven por nosotros aquello que no somos capaces de reconocernos, porque no nos atrevemos.
Recientemente, leyendo a un autor teatral, Carlos Be, me sorprendió la cercanía en la construcción de sus personajes y de algunos trayectos, sobre todo porque no se conocen entre sí, y hablo de dos de sus respectivos textos que eran inéditos. Estamos en una época de buenos autores que, como siempre, no son suficientemente reconocidos, pero que, en definitiva, son quienes construyen la base más sólida del futuro literario, mientras tienen que buscar cómo sobrevivir cada día. No hay excusa.
Para leer este texto es conveniente y necesario olvidar los sentimientos que están atrapados, desasirse de la realidad que creamos entorno a nuestras vidas, para comprender que no deja de ser otra ficción en la que es preciso poner corazón, pero también libertad.
Las últimas páginas son duras, costosas de leer, en principio porque el final del libro está a la vista y no es justo que se acabe, pero también porque son los momentos que saben recogen los rasgos del trayecto vivido. Porque aquí viene el volcado de todo lo que hemos aprendido, y ahí reside lo que te arranca eso que queda en el interior, y te da el empujón para salir a vivir, limpio y fresco.