Julio Castro – La República Cultural
El fin de los días atenaza a la vuelta de la esquina y, aunque te vayas por una avenida de final previsible, lo cierto es que las calles se quedan un poco más vacías cuando vuela la gente cercana. No es preciso decir más. Basta con un “¡salud!” de un republicano a otro. Basta con un recuerdo a cuando parecía que todos nos comeríamos el mundo, sin pensar que el mundo acaba por comerte desde los talones. Yo sigo pensando que nos lo comeremos, que asaltaremos hasta el último bastión que nos robó la historia, la que deshicieron, y la que hicisteis. Pero también la que venimos haciendo.
Hablabas de los colores de la filología italiana, cuando tu entorno te dejó los sinsabores de la vida en lo no-profesional. Hablabas, escribías aquí mismo y en otros lugares, acerca del color de tu vida, el que referías en palabras de Manuel Vicent, qué curioso aquí y ahora. Qué curioso en el momento en que ya no importa lo que se dijo, porque no tiene retorno… queda lo que se hizo.
Hablabas desde el público en una charla de republicanos, de cómo los fascistas robaban niños en la guerra y después de la guerra. Hablabas de los silencios de tus padres, de quienes no pudieron y ya no pueden hablar.
Presentabas a un Claudio Magris, y a una realidad convertida en fantasía, y viceversa, o nos invitabas a compartir mesa con Consolo, Tovato y Cremante, antes de un encuentro en Madrid, con una curiosa e interesante sobremesa con disparidades tan grandes como enriquecedoras.
Despedías a Manlio Cortelazzo, y afirmabas “la eternidad, por fin, es nuestra, tuya y de aquel. Ocupemos las calles, ya, más pronto que tarde…”: nos queda pendiente, pues.
Pero si no tenemos cuidado, todo se lo lleva la vida, y todo se lo lleva la muerte. Compañer@s, amig@s, amores, familia… Y a sabiendas de esto, tenemos que pensar que no puede quedar la vileza reinando en el mundo cuando nos toca partir, que las alamedas que contaba Allende, por las que habrá que pasear, no pueden ser esas avenidas de últimos caminos, sino que quede algo de lo terrenal para quienes aún han de vivirlas. De lucharlas, de mantenerlas, con uñas y dientes, frente a garras y pistolas.
Hoy partiste, Manolo, por esa avenida que lleva al mar y queda tus trabajos, muchos por los que serás recordado en los libros y en las universidades, otros te recordaremos en momentos distintos, más terrenales, más a pie de calle.
Y las calles quedan un poco más vacías de personas, pero siempre quedan las acciones y las palabras para caminar. Así que, eso: que pasó definitivamente la enfermedad, y ahora, ¡salud!