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El enemigo declarado, una colección de artículos de Jean Genet - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

En febrero de 1970 un representante de los Panteras Negras se entrevistó con Genet en un hotel de París. Por entonces el autor de Querelle de Brest era un escritor consagrado que había cimentado su fama en diversas novelas y obras teatrales, en su mayor parte redactadas en la cárcel, pero era sobre todo un autor que no escribía, y esto por decisión propia y por varias y justificadas razones. En primer lugar porque como explicó alguna vez el ejercicio de la literatura fue concebido por él, en su juventud, como procedimiento de evasión, es decir, como medio de salir de la cárcel; y en segundo, porque, estando ya libre y siendo un respetable literato más o menos adaptado a una sociedad contra la que había estado en guerra desde la infancia, mereció ser protagonista de un ensayo de Jean-Paul Sartre, Saint Genet comédien et martyr, que era en realidad un exhaustivo análisis del personaje, análisis que si tuvo la virtud de probar la tesis sartreana según la cual el hombre es libre y capaz por ello de decidir su destino incluso en las circunstancias más adversas, también tuvo el inconveniente de secar por completo la inventiva y la imaginación del analizado, quien se vio privado de las mismas al tener a la vista, clasificados en toda su desnudez, los nervios, las vísceras, los orines y el resto de fluidos que componen el magma que en su estado natural de caos estimula la creación artística. Según sus palabras, el libro de Sartre “creó en mí un vacío que propició una especie de deterioro psicológico”. A esto hay que añadir la desaparición de Abdallah, el joven acróbata que fue su compañero durante largos años, y tras cuyo suicidio Genet anunció formalmente su despedida de la literatura.

El enemigo declarado, una colección de artículos de Jean Genet

Sobre la vida, la escritura y la insumisión

El enemigo declarado
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El enemigo declarado

Volumen que recoge una colección de artículos de Jean Genet

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El enemigo declarado

Volumen que recoge una colección de artículos de Jean Genet

DATOS RELACIONADOS

Título: El enemigo declarado
Autor: Jean Genet
Traducción: Irene Antón y otros
Editorial: Errata Naturae
Primera edición: 2010
Formato: 22 x 14 cm. 420 páginas
ISBN: 978-84-937889-7-1

José Ramón Martín Largo – La República Cultural

En febrero de 1970 un representante de los Panteras Negras se entrevistó con Genet en un hotel de París. Por entonces el autor de Querelle de Brest era un escritor consagrado que había cimentado su fama en diversas novelas y obras teatrales, en su mayor parte redactadas en la cárcel, pero era sobre todo un autor que no escribía, y esto por decisión propia y por varias y justificadas razones. En primer lugar porque como explicó alguna vez el ejercicio de la literatura fue concebido por él, en su juventud, como procedimiento de evasión, es decir, como medio de salir de la cárcel; y en segundo, porque, estando ya libre y siendo un respetable literato más o menos adaptado a una sociedad contra la que había estado en guerra desde la infancia, mereció ser protagonista de un ensayo de Jean-Paul Sartre, Saint Genet comédien et martyr, que era en realidad un exhaustivo análisis del personaje, análisis que si tuvo la virtud de probar la tesis sartreana según la cual el hombre es libre y capaz por ello de decidir su destino incluso en las circunstancias más adversas, también tuvo el inconveniente de secar por completo la inventiva y la imaginación del analizado, quien se vio privado de las mismas al tener a la vista, clasificados en toda su desnudez, los nervios, las vísceras, los orines y el resto de fluidos que componen el magma que en su estado natural de caos estimula la creación artística. Según sus palabras, el libro de Sartre “creó en mí un vacío que propició una especie de deterioro psicológico”. A esto hay que añadir la desaparición de Abdallah, el joven acróbata que fue su compañero durante largos años, y tras cuyo suicidio Genet anunció formalmente su despedida de la literatura.

En diciembre de 1967 Genet había vuelto a ser un inadaptado impedido de regresar a los que tiempo atrás fueron sus hábitats naturales: la cárcel y la literatura, razón por la cual, y en vista de que los honorarios devengados de sus derechos de autor le eximían de toda urgencia económica, decidió marcharse a Extremo Oriente. Al regreso de su viaje se encuentra de golpe con el Mayo del 68. Inmediatamente Genet toma partido por los estudiantes y escribe su primer artículo político, que dedica a uno de los líderes del movimiento, Daniel Cohn-Bendit. El desenlace de los acontecimientos de mayo supone para él una amarga decepción, e invitado por una revista norteamericana se traslada a Chicago para asistir a la convención del Partido Demócrata. En Estados Unidos se interesa poco por las intrigas partidistas, pero descubre la efervescencia del movimiento contra la guerra de Vietnam, que entonces se encuentra en su apogeo y en el que cree adivinar un potencial transformador más sólido que el vislumbrado en París pocos meses antes. No es extraño, pues, que tras su regreso, y habiéndose instalado según su costumbre en un hotel, pues carecía de domicilio y la única dirección que figuraba en su pasaporte era la de la editorial Gallimard, se pusiera enseguida a disposición de aquel representante de los Panteras Negras, el cual esperaba que su interlocutor escribiera un artículo en defensa de la causa de los negros americanos, y que se encontró en cambio una contrapropuesta inesperada. Genet, en efecto, se ofrece a marchar nuevamente a Estados Unidos, esta vez como activista de los derechos de los negros, y a la pregunta de cuándo estaría dispuesto a partir, ansioso por participar en todo cuanto allí está sucediendo, responde sin dudarlo: “Mañana”.

De esta forma se inicia propiamente el activismo político de Jean Genet, este hombre, hijo de padre desconocido, que fue abandonado por su madre a la edad de siete meses; que fue criado por una familia adoptiva; que a los trece años se escapó de un internado, y que a los quince fue recluido primero en un correccional y después, por delitos menores, en la colonia penitenciara de Mettray. De este Genet político trata el volumen El enemigo declarado, que ha publicado Errata Naturae y que reúne diversos textos escritos entre 1968 y 1985, poco antes de su muerte.

Así pues, Genet vuelve a Estados Unidos, y como le niegan el visado entra en el país clandestinamente a través de Canadá. Allí permanecerá dos meses conviviendo con los dirigentes de los Panteras Negras, dando conferencias en las universidades y participando en actos de protesta. A la pregunta que a su regreso a París le haría un periodista de Le Nouvel Observateur, acerca de sus motivos para unirse a la causa de los negros americanos, Genet responde: “Lo que me hizo sentir cercano a ellos de inmediato fue el odio que profesan por el mundo blanco, su empeño por destruir una sociedad, romperla”. Durante esos intensos meses Genet denuncia la situación de los militantes negros en presidio, conoce a Dalton Trumbo y Allen Gingsberg y traba una amistad que sería duradera con Angela Davis, dirigente del Partido Comunista americano y profesora universitaria que por esas fechas había sido privada de su cátedra. Pero sobre todo se sintió fascinado por aquel movimiento revolucionario que no excluía la lucha armada y que en aquellos años gozaba de fama mundial. En las raíces del mismo, Genet creyó descubrir una poética de la revolución que de algún modo venía a coincidir con la que a su manera practicó desde su juventud: “Ese empeño fue el mío desde muy joven”, escribe, “aunque no pudiera cambiar el mundo yo solo. Únicamente podía pervertirlo, corromperlo un poco”.

De nuevo en París, Genet seguiría ligado a los Panteras Negras y fundaría una organización de solidaridad con la causa de los derechos civiles. El conocimiento obtenido de los problemas de los negros en América, los cuales constituían una especie de colonia explotada por el imperialismo blanco, le permitió comprender los mecanismos mediante los que la sociedad capitalista subyuga a las colonias, en especial en lo relativo a Francia y a sus antiguas posesiones en el norte de África, así como a la situación de indefensión en que se hallaban los trabajadores emigrantes que trataban de buscarse un sitio en la metrópoli. Esta experiencia con los movimientos sociales otorga a la obra de Genet una carga decididamente política que ya estaba presente en sus obras teatrales Las criadas, El balcón y Los negros, pero que a partir de entonces, en virtud de su posición de prestigio en las letras francesas, se permite explotar al servicio de causas justas, en las que se involucrará con una actividad más allá de sus manifiestos y sus artículos en la prensa. Fracturar la sociedad, en suma, “es lo que he intentado hacer a través de una corrupción del lenguaje, es decir, desde dentro de la lengua francesa”, porque, como dijo en otro momento, “lo que tenía que decirle al enemigo era preciso decírselo en su lengua”.

En los siguientes años, invitado por la Organización para la Liberación de Palestina, Genet hará diversos viajes a los campos de refugiados, de cuyas condiciones de vida dejará constancia en diversos artículos aparecidos en la prensa. También aquí Genet encuentra esa poética revolucionaria que es propia de los pueblos que se han encontrado a sí mismos en la lucha, un pueblo todavía no institucionalizado y tan carente de Estado como de territorio, y para el que cada día es un desafío a su supervivencia. Lo visto y vivido aquí, junto a su experiencia con los Panteras Negras, le lleva a poner manos a la obra en un nuevo libro, que tendrá una ardua gestación de más de quince años y que se titulará El cautivo enamorado, obra en parte de ficción y en parte autobiográfica que se convertiría en lo que acaso sea su legado político y moral. Entretanto Genet escribe sobre los fedayin y sobre las mujeres palestinas, y cuando sus artículos empiezan a resultar incómodos recibe del gobierno jordano la orden de expulsión. Esto último no le impide estar presente en Oriente Medio en septiembre de 1982, cuando se producen las masacres de Sabra y Chatila. Genet fue, en efecto, uno de los primeros occidentales que entró en los campos una vez retiradas las milicias y el ejército israelí, de lo que dejó una emocionada crónica en su artículo Cuatro horas en Chatila, texto recogido en su integridad en el volumen que comentamos.

El libro contiene una interesante reflexión en la que Genet distingue entre brutalidad y violencia, reflexión hecha al hilo de sus escritos acerca de la liquidación en las cárceles alemanas de Andreas Baader, Ulrike Meinhof y el resto de los miembros de la Fracción del Ejército Rojo. “Brutalidad”, escribe, “es la arquitectura de las viviendas de protección oficial; la burocracia; la sustitución de la palabra por la cifra; la autoridad de la máquina sobre el hombre que la sirve; la codificación de las leyes, que prevalece sobre las costumbres; el crecimiento numérico de las penas; el uso del secreto que impide la difusión de informaciones de interés general; los bofetones gratuitos en las comisarías; el tuteo de los policías con aquellos de piel morena…”, inagotable enumeración que Genet confronta con “la violencia espontánea de la vida, llamada a poner en jaque a la brutalidad organizada”.

El enemigo declarado constituye un valioso testimonio de las infamias de la segunda mitad del siglo XX, de las que muchas continúan, y de lo que, más allá de los tópicos, viene a ser el verdadero compromiso de un intelectual que, a la vez que su obra, decide vivir en primera persona también su tiempo. Estos artículos y entrevistas son un complemento útil para entender las novelas y las obras teatrales de Genet, de las que aquéllos son comentario al tiempo que ilustración. Y queda tras su lectura la sospecha de que si la obra de Genet ha sido plenamente asimilada y digerida no sucede lo mismo con el autor, cuyas opiniones, expresadas siempre sin cortapisas de ninguna clase, siguen hoy tan cargadas de razones e insumisión como hace cincuenta años. Un motivo más para acercarse a ellas.

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