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Alfredo Jiménez: “¡Qué bien nos vendrían en estos tiempos policías y jueces como Maigret, rigurosos pero compasivos, siempre incorruptibles…!” - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Médicos, abogados, economistas… han hecho y hacen buena literatura. Un buen ejemplo es José Luis Sampedro, recientemente fallecido. Aunque no sea lo más frecuente, diría yo que el antropólogo tiene una doble motivación para hacer literatura. En primer lugar, su objeto de estudio es el ser humano (hombre y mujer), su conducta, sus relaciones sociales, sus creencias, su experiencia vital… En una palabra, la cultura. La etnografía como descripción de comportamientos de personas en el ámbito de una sociedad determinada, es ya literatura si la monografía está bien escrita. Y viceversa. Decía yo en un ensayo que Los santos inocentes es como una monografía que le habría gustado escribir a cualquier antropólogo español o extranjero de los que hace treinta o cuarenta años hacían trabajo de campo en una España fundamentalmente rural, campesina, marginada y dependiente de los poderes asentados en la urbe. Yo publiqué en 1978 Biografía de un campesino andaluz. Manuel Alvar, el que fuera director de la Real Academia Española, me envió un tarjetón donde decía: “Lo he leído, de un tirón, como si fuera una novela”. No fue esa mi intención. El subtítulo de la obra era La historia oral como etnografía; el resultado de largas conversaciones con un campesino en su propio pueblo, una monografía que formó parte de la bibliografía para cursos de etnología.

Alfredo Jiménez: “¡Qué bien nos vendrían en estos tiempos policías y jueces como Maigret, rigurosos pero compasivos, siempre incorruptibles…!

Entrevista al autor de Asesinato en Primavera

Alfredo Jiménez Núñez
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Alfredo Jiménez Núñez

Foto: cortesía del escritor

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Alfredo Jiménez Núñez

Foto: cortesía del escritor

Sergio Torrijos – La República Cultural

Hoy traemos a nuestro diván a Alfredo Jiménez Núñez cuya novela Asesinato en primavera, reseñé hace pocas fechas.

La carrera profesional de Alfredo no ha discurrido por los cauces habituales sino que se ha dedicado a una disciplina muy alejada de los útiles literarios, no obstante, como buen historiador es un humanista y ya se sabe lo que ocurre con éste tipo de personas, son capaces de redactar una obra etnológica o bien recrear una novela de ficción.

A mí me interesa más la ficción, por motivos obvios, no obstante se puede apreciar en su novela que existen tintes de lo que es su profesión. De todas formas es un buen escritor, capaz de recrear a un personaje mítico como Maigret y encadenarlo a una ingeniosa trama policial. Algo tendrán las cátedras de historia que provocan semejantes ideas. Disfruten de la entrevista, merece la pena, no todos los días tenemos la ocasión de charlar con una persona de tal calibre intelectual.

Cuéntanos por qué un antropólogo se dedica a la literatura.

Hay más de una respuesta. La inmediata sería una pregunta: ¿por qué no?

Médicos, abogados, economistas… han hecho y hacen buena literatura. Un buen ejemplo es José Luis Sampedro, recientemente fallecido. Aunque no sea lo más frecuente, diría yo que el antropólogo tiene una doble motivación para hacer literatura. En primer lugar, su objeto de estudio es el ser humano (hombre y mujer), su conducta, sus relaciones sociales, sus creencias, su experiencia vital… En una palabra, la cultura. La etnografía como descripción de comportamientos de personas en el ámbito de una sociedad determinada, es ya literatura si la monografía está bien escrita. Y viceversa. Decía yo en un ensayo que Los santos inocentes es como una monografía que le habría gustado escribir a cualquier antropólogo español o extranjero de los que hace treinta o cuarenta años hacían trabajo de campo en una España fundamentalmente rural, campesina, marginada y dependiente de los poderes asentados en la urbe. Yo publiqué en 1978 Biografía de un campesino andaluz. Manuel Alvar, el que fuera director de la Real Academia Española, me envió un tarjetón donde decía: “Lo he leído, de un tirón, como si fuera una novela”. No fue esa mi intención. El subtítulo de la obra era La historia oral como etnografía; el resultado de largas conversaciones con un campesino en su propio pueblo, una monografía que formó parte de la bibliografía para cursos de etnología.

¿Cuáles son tus influencias literarias?

No muchas, porque tampoco he leído mucho, y lo lamento. Si reconozco “influencias” no es porque las haya sabido aprovechar sino porque he gozado con la lectura. No es, por tanto, petulancia o estupidez si digo que mis preferencias tienen dos extremos muy diferentes y distantes: el Quijote y las novelas de Simenon que tienen como protagonista al comisario Maigret. A Julio Verne y Emilio Salgari les debo mi afición a la lectura en la adolescencia. Me encantan los relatos breves: Chesterton, García Márquez, Delibes, Cela, Marías…

¿Cómo surgió la idea de la novela?

Había leído tres o cuatro veces todas las de Maigret a lo largo de muchos años. Muerto Simenon y, con las ganas imposibles de leer un nuevo caso, me pregunté un día, ¿y si yo escribiera una más que añadir a la colección? La posibilidad de que se publicara quedaba por entonces muy en el aire; pero nadie podría quitarme el gusto y la experiencia de ver a Maigret resucitado y actuando en un escenario inédito.

La novela Asesinato en primavera tiene una gran labor, por un lado la propia de la ficción y por otro la recreación de un personaje literario ¿cómo conseguiste compaginar ambas facetas?

Hablar de “resurrección” ha sido una expresión retórica. No hay milagros. Tampoco hubo “recreación”, sino traslado de lugar. En verdad, Maigret no había muerto ni morirá en mucho tiempo.

¿Por qué la atracción tan grande hacia Maigret?

Maigret es tan humano, tan verosímil, que resulta atrayente desde su primer caso como comisario jefe de la Policía Judicial de París. Pronto, nos hicimos amigos. Maigret es honrado, pero no perfecto. El gran mujeriego y mala persona que fue Simenon, dice de él que es “casto” cuando en una ocasión rechaza los favores de una prostituta. Su matrimonio con la señora Maigret, su hogar, son la antítesis del mundo sórdido en el que se mueve el comisario. Creo también que Maigret era el lado bueno que Simenon, como cualquier gran delincuente o pecador, tiene escondido y añora. En mi novela he subrayado el sentido flexible, indulgente, y al mismo tiempo insobornable, que el comisario tiene de la justicia. ¡Qué bien nos vendrían en estos tiempos muchos policías y jueces como un Maigret riguroso pero compasivo, siempre incorruptible y apolítico!

Según tu criterio de ficción, Maigret se adaptaría fácilmente a la sociedad andaluza de época ¿por qué crees eso?

Uno de los rasgos más acusados de la personalidad de Maigret es su capacidad para adaptarse a las circunstancias más diversas: París con su gente rica, su clase media, los marginados; el campo y los pueblos o ciudades de la costa… Su método, casi instintivo, consiste en mimetizarse con el paisaje natural y humano; identificarse con el sospechoso y meterse en su pellejo. Sevilla y la Sierra Norte fueron para él una novedad sólo en lo externo porque los personajes de la trama eran simplemente humanos, tanto los franceses como los españoles. Yo me inventé un inspector español que habla francés porque había ejercido en el Tánger internacional de la época; y un joven empleado del consulado, un sevillano bilingüe porque acompañó a su padre en el exilio voluntario que llevó a Francia a muchos españoles tras la Guerra Civil. Estos dos españoles son la guía necesaria para el francés durante una semana. Un ejemplo menor, pero significativo, de la personalidad de Maigrtet es que enseguida le cogió gusto a dos bebidas muy nuestras: la cruzcampo y la cazalla.

¿Volverás a recrear al viejo inspector?

No creo. Lo que ha sido un homenaje a Simenon podría convertirse en un abuso.

¿Qué crees que puede aportarnos actualmente el inspector francés?

¿Te refieres al personaje de ficción? Creo que desde la misma manera que el cine negro renace cada cierto tiempo, y también el western, que es otra de mis pasiones, la novela policíaca clásica volverá a tener sus buenos tiempos. Es algo cíclico. En ese contexto, Maigret tendrá siempre un puesto de honor. Simenon hizo verdadera literatura, su capacidad para describir ambientes y perfilar personajes es asombrosa. Y todo lo hizo con una economía de palabras que no necesita de la guía telefónica que algunos autores añaden para que el lector no se pierda. Tampoco necesitó de las quinientas o setecientas páginas de los actuales bestsellers. Maigret será siempre un modelo de ficción, una delicia para los lectores inteligentes y una lección para el autor novel.

¿Volverás al campo de la recreación de un personaje de ficción?

En cierta medida, lo he hecho en mi última novela al mezclar historia y ficción; hechos reales y documentados con pura invención. Mezclo al protagonista, absolutamente ficticio, con personajes de la época. Y hago que estos personajes hablen y actúen más allá de lo que sabemos que hablaron o hicieron. El límite en la novela histórica (subrayando el término novela) está para mí en la verosimilitud y en el respeto debido a las personas que un día existieron.

¿Cuáles son tus planes literarios de cara al futuro?

Mi futuro más inmediato es la publicación de esta tercera novela, que está en manos de un editorial cuyo nombre aúna dos ríos españoles, uno es el Guadalquivir. Una novela de fronteras y en la frontera: nada menos que el Gran Norte de México, que se adelantó en siglos al Great American West. En los dos últimos capítulos (de un total de once), el Norte y el Oeste se encuentran de la mano del protagonista y a través de personajes reales. De principio a fin se suceden muchos episodios de acción entretejidos con amores cuasi sublimes y amoríos inconfesables. Pero casi nada de sexo. Lo justo. Lo digo para que ningún lector se llame a engaño en su día.

DATOS RELACIONADOS

Alfredo Jiménez Núñez (Sevilla). Antropólogo e historiador con una variada obra donde se alternan libros, artículos científicos, ensayos, una extensa colaboración en prensa y obras de ficción. Es autor de Las dos orillas de un sueño, finalista del XI Premio Andalucía de Novela en 1996 y Asesinato en primavera.

Ha sido decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Sevilla. De 1985 a 1991 fue director de Asuntos Culturales de la Exposición Universal de Sevilla. Desde 1989 es miembro de número de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Actualmente es catedrático emérito de la Universidad Hispalense.

Doctor en Historia de América por la Universidad de Sevilla y licenciado en Antropología por la Universidad de Chicago, ha publicado Los hispanos de Nuevo México. Su obra más reciente es El Gran Norte de México. Una frontera imperial en la Nueva España (1540-1820). A sus investigaciones en Andalucía pertenecen El Albaicín de Granada: La vida en un barrio y Biografía de un campesino andaluz.

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