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Encuentro con Luis Landero en la librería Rafael Alberti - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

El próximo miércoles 20 de junio tendrá lugar una charla-coloquio acerca de la útlima novela de Luis Landero, titulada Hoy, Júpiter (ed. Tusquets), en el acto participará la escritora María Tena.

Encuentro con Luis Landero en la librería Rafael Alberti

Presentación de su libro Hoy, Júpiter

  • Fecha: lunes 20 de junio de 2007
  • Hora: 19:30h
  • Lugar: Librería Rafael Alberti
  • Dirección: c/ Tutor nº 57 (Madrid)
  • Precio: Entrada libre
  • Teléfono: Entrada libre

El próximo miércoles 20 de junio tendrá lugar una charla-coloquio acerca de la útlima novela de Luis Landero, titulada Hoy Júpiter (ed. Tusquets), en el acto participará la escritora María Tena.

Así comienza… Hoy, Júpiter Cuando recuerda su pasado, la memoria siempre se detiene en la tarde en que estaba sentado a la sombra del eucalipto tutelar y oyó unos pasos grandes y apresurados que venían hacia él. No había tenido apenas tiempo de empezar a jugar. Aquellas piedrecitas eran todas jinetes, pero aún no había decidido si se trataba de árabes o de cowboys, si llevaban arcos o revólveres, si estas cortezas formaban un fuerte o un castillo. O quizá eran bárbaros surgidos del Oriente y toda esta extensión significaba una estepa, y sería invierno. Oía, e imitaba con la voz, la crecida multitudinaria, el retumbar de los cascos, el fragor del avance, las cornetas, los gritos, los disparos, los relinchos, el zumbar de las flechas, y veía el tremolar de las banderas entre el polvo, las pellicas al aire, las insignias, las cabelleras, los plumajes. Todo encorajinado por la velocidad y el viento. O quizá eran los bandidos que mandaba el capitán Fosco, y en ese caso él, Dámaso Méndez, sería el defensor del fuerte. Y en esas fantasías estaba cuando oyó acercarse los pasos largos y resueltos, cada vez más poderosos, hasta que se detuvieron junto a él. Ahora se percibía bajo las suelas de las botas el leve crepitar de la arena y de las hojas y semillas resecas tras el largo verano.–¿Qué haces otra vez tirado ahí en el suelo?Dámaso salió del ensueño, pero por un instante una fina película de irrealidad se interpuso entre sus ojos y las cosas.–Nada, estaba jugando.–¿A qué?–No sé, es una batalla.–¿Te gustaría ser militar?Como no sabía qué decir, levantó la cabeza y lo miró fugazmente para que no fuese a interpretar mal su silencio.–Podías llegar a general. El general Dámaso Méndez. Cuando entraras en el cuartel, tocarían en tu honor la Marcha de infantes. ¿Te gustaría?Miró otra vez desde el suelo sin saber qué decir.–Bien, en cualquier caso no es bueno estar ocioso. ¿Es que todavía no sabes que la vida es breve y hay que caminar aprisa? ¿Lo sabes?–Sí.–Entonces ven conmigo y te pondré tarea. ¡Andando!Siempre era así en aquellos tiempos. Él tenía once o doce años y el padre se había convertido en pedagogo y a todas horas se inventaba tareas para que el hijo se hiciera cuanto antes un hombre de provecho.Se levantó, se sacudió los pantalones, las rodillas, se ajustó las sandalias de goma y corrió tras su padre. Uno tras otro, atravesaron la era bajo el sol aún cálido de septiembre. El trajín de la trilla había dejado la tierra desmenuzada y mezclada con el polvo del grano, sin una brizna de hierba, y por todos lados había restos de paja que el sol llenaba de destellos. A veces el vien-to se encolerizaba y armaba allí un remolino como el de los genios al salir de las lámparas mágicas. Las pajitas entonces se juntaban y se elevaban formando un surtidor muy alto, cada vez más alto y más furioso, girando tan deprisa que daba vértigo mirarlo, hasta que de pronto explotaba y el cielo se llenaba de chispitas de oro. Dámaso pensaba entonces en cómo el vien-to, que es invisible, a veces por un momento toma forma y se le puede ver, y él lo había visto, “he visto al viento”, se decía por la noche en la cama, y había reconocido su cara ceñuda de monstruo, la mueca horrible con que había mostrado al mundo la inmensidad de su poder. Desde que hizo ese hallazgo, le gustaba observar el trajín y las huellas del viento, al inflarse una cortina, al agitarse una llama, al pasar una nube que a cada instante era la misma y era otra. Y sí, la vida resultaba misteriosa y bonita, pero ahora estaban a finales de septiembre y él tenía que apresurarse tras su padre como si hubiese llegado ya el invierno y fuese con retardo camino de la escuela.

Artículo Encuentro con Luis Landero en la librería Rafael Alberti y viñetas de Enrique Flores en su blog Cuatro Cosas, que publicamos también en LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital
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