Julio Castro – La República Cultural
El mal de la liebre no consiste en que en la liebre haya maldad, y así nos lo explica el presentador (Sergio Torres) de este espectáculo de la compañía Sr. Smith (Joan Carles Suau), en el que la mayoría de sus personajes son animales-personas, es decir, poseen esa dualidad en la que los principios son humanos, mientras que la esencia es animal, pero que hace que el público piense en su manera de vivir la vida.
Una propuesta muy potente, desde el texto y la concepción de su contenido, hasta la manera de articularlo mediante los distintos medios que integra. Y es que lo mismo hacen un desarrollo completamente textual, que introducen conceptos de danza, de mimo y otras acciones físicas que subrayan el momento de la dramaturgia..
La liebre tiene un objetivo cada día, y lo internalizar, y se lo hace creer a los demás, porque “el día del galgo” es un problema para él. Es algo que va a llegar y que preocupa a su mujer, la Sra. Smith (Isabel Alguacil), a su entorno más inmediato, pero no así al resto.
Estamos recibiendo comienzos de viejos relatos, así que lo mismo que la liebre y el galgo, aparece la tortuga (Michael Carter) que desafía a nuestra liebre, el Sr. Smith, o una cuerva (Alicia Fernández) que le ofrece sus uvas para engañarla, o un conejo gordo y despreocupado (Salvador Bosch) que sólo comercia y se aprovecha, pero que en realidad echa de menos el contacto físico, aunque, en ausencia de esto, afirma que es feliz mientras tenga “cosas”, bienes materiales.
Como una historia radiofónica, iremos siguiendo las peripecias del Sr. Smith en medio de la poética de cada uno de los personajes: “sin mirada y sin escucha, toda acción es increíble”. Pero “el peor peligro es que no te pase nada”, afirman cada momento.
Nos encontramos ante las distintas visiones de los personajes, y sus diferentes formas de ver la vida, un reflejo de una sociedad en la que tantos defectos y sus problemas interiorizados, pueden acabar produciendo el colapso del individuo, o del colectivo, que trata de huir, precisamente, de esos problemas o de hallar la manera de enfrentarlos antes de que aparezcan.
Todo es correr, todo es buscar y todo es huir: “estoy corriendo porque tengo miedo a morirme […] estoy corriendo porque tengo miedo a vivirme”, son el miedo y la necesidad de hacer cosas, de que ocurran cosas. Y nos vemos envueltos en un teatro muy físico que recalca las acciones en un segundo plano del texto, para acabar superándolo. Es la ilusión que no se alcanza a ver cuando se tiene, igual que ese caldero lleno de oro al final del arcoiris, que nos cuenta la liebre junto con sus intenciones en un razonamiento circular: es casi como vivir la vida para dejarla tal y como estaba al comenzar.
Y entre textos y acciones físicas, encontramos unos monólogos tremendos, que no pueden pasar a segundo plano, porque por sí mismos merecen la pena, especialmente el de Isabel Alguacil y el de Alicia Fernández, seguidos del final de nuestra liebre. Cada personaje tiene el suyo, es capaz de poseer su momento y exprimirlo hasta el final. Y la compañía nos ofrece un trabajo enormemente bello, intenso, divertido y… sin duda, nostálgico de nuestras respectivas vidas.