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Sergio Torrijos – La República Cultural
La literatura puede valer para muchas cosas, para dar a conocer una trama, para denunciar algo, para mostrar al mundo la realidad de un rincón de él o para enseñar el pensamiento más crítico o más cáustico, pero lo esencial, lo básico y fundamental es el entretenimiento. Por debajo de buenas construcciones gramaticales, de recreación de personajes complejos o de tramas enrevesadas existe el pálpito básico de lo que es la lectura, la absoluta diversión y la obra de Repila posee, en grandes dosis, mucha diversión.
Se le puede achacar que es algo chusca y que se basa en estereotipos, muy cierto, pero también se pude trabajar con ellos y provocar lo que el libro pretende que no es otra cosa que diversión, incluso risas por momentos.
La trama, los personajes y la acción son un cóctel disparatado, mezcla de ron, marihuana y violencia que curiosamente funcionan cada vez mejor cuanta más imaginación le echa el autor, cuanto más disparatado es todo mejor se lee y más se disfruta, cuanta mayor libertad y atrevimiento adquiere el autor más disfruta el lector.
Aún así se percibe que es una novela iniciática, es una idea plasmada que tiene un recorrido limitado porque cambian modas, formas de ver la vida y también de divertirse, pero, y este pero es uno grande, nos muestra que tras todo eso existe el pálpito de alguien que tiene dentro mucha literatura.
La idea de acercarse a los tópicos, meterse en ellos, bucear en torno suyo me parece acertadísima porque demuestra que aunque existan los temas muy manidos siempre hay un lugar nuevo que inspeccionar. Repila lo hace a lo ligero, recreando un personaje con una frase o con una idea, muy tópica pero que nos permite situarnos y situar al interesado en un momento y aprovechar para que el ritmo narrativo no decaiga.
La novela se lee a una velocidad pasmosa, tiene un arranque moroso, o al menos a mí me lo parece, pero cuando el escritor termina de colocar las piezas sobre el tablero la velocidad aumenta, se triplica y cuando te quieres dar cuenta te encuentras en el tramo final de todo sin casi haber percibido que ha pasado, bueno han pasado muchas cosas, escenas divertidas, algunas con gracia y otras delirantes y también algunas que parecen recreaciones de algunas imágenes cinematográficas.
Si alguien ejecuta la lectura de esta primera obra del autor y luego procede con la segunda, El niño que robó el caballo de Atila, comprenderá que nos hallamos ante una evolución tremenda, no sólo por los argumentarios, sino por la manera de encarar una narración.
La novela debe ser vista como un ejercicio literario encaminado al disfrute del lector. No pueden haber valoraciones aparte sobre la calidad de la prosa o del argumento, la obra es un desahogo, un contar algo con gusto por el simple placer de hacerlo. También se aprecia la labor de la editorial que para publicar el libro se tuvo que leer todo el manuscrito porque la novela es un in crescendo, lo cual le habría provocado el rechazo en otras muchas editoriales.
Les recomiendo la obra, al menos como lectura veraniega para relajar la mente y ayudarnos a sonreír y de paso tener presente a un autor que nos va a apartar muchas horas de disfrute en el futuro.
