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ISSN 2174 - 4092

Memorias de un pinar - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Dos hombres se presentaron en casa esta mañana. Es una de esas mañanas agrias de junio, calurosas, sin brisas redentoras. El recuerdo se difumina, demasiado calor. Quisiera disculparme. El calor me impide pensar, pero diría que uno de ellos era más alto, rozaría los dos metros. Embutido en un sombrero abombado me invitó a que les acompañara. El otro, más bajo, me miraba de arriba a bajo, como si no hubiese visto jamás a un hombre. Cogí la boina, me encaminé hacia la puerta, cerré con llave… últimamente no hay que fiarse. Los dos hombres de traje me indicaron un coche que estaba situado a unos metros de la casa. Era un coche negro, de formas redondeadas, jamás había visto ninguno igual.

Memorias de un pinar

Relato

Pinar de la sierra de Madrid
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Pinar de la sierra de Madrid

Foto: Julio Castro.

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Pinar de la sierra de Madrid

Foto: Julio Castro.

Un breve relato acerca de los fusilados durante la guerra civil. Trata de todas aquellas víctimas silenciosas, olvidadas. El olvido colectivo que lleva al olvido de uno mismo. El absurdo del fusilamiento.

Relato por Miguel Ángel Juliá

Dos hombres se presentaron en casa esta mañana. Es una de esas mañanas agrias de junio, calurosas, sin brisas redentoras. El recuerdo se difumina, demasiado calor. Quisiera disculparme.

El calor me impide pensar, pero diría que uno de ellos era más alto, rozaría los dos metros. Embutido en un sombrero abombado me invitó a que les acompañara. El otro, más bajo, me miraba de arriba a bajo, como si no hubiese visto jamás a un hombre.

Cogí la boina, me encaminé hacia la puerta, cerré con llave… últimamente no hay que fiarse. Los dos hombres de traje me indicaron un coche que estaba situado a unos metros de la casa. Era un coche negro, de formas redondeadas, jamás había visto ninguno igual.

En aquel coche flamante, se veía pasar despacio el mundo, como un sueño extraño. En el camino de tierra las ruedas levantaban a nuestras espaldas una nube de polvo. Los dos hombres callaban, miraban al frente, como hipnotizados. Yo jugaba con algo que tenía en las manos, creo que un dado, sí, un dado, no, no estoy seguro, lo siento, el calor… el dichoso calor me impide pensar con claridad.

El coche se detuvo tras unos kilómetros. Susurré algunas palabras. No las recuerdo… el calor… el calor borra los recuerdos. Los dos hombres se bajaron del coche, acompasados, al unísono. Yo me bajé con ellos, el hombre alto se acercó a mí. Me cogió del brazo, y empezamos a andar los tres, entre el campo.

Recordaba aquel campo… solía jugar en él de pequeño, solía zambullirme entre el trigo maduro, como un mar, un mar extraño en el que pasé dulcemente el letargo de mi infancia. Ahora la tierra estaba seca, vacía, el trigo segado, el verde había dejado paso a un páramo desolado, seco. El sol, y el calor de un día de junio hacían que aquel campo pareciese un desierto, un abrasador desierto en el que andábamos los tres, como perdidos. Yo estaba entre ambos. Tres trazos diluidos entre el amarillo rugiente, que andábamos, sólo andábamos.

El hombre alto con el sombrero abombado estaba a mi derecha, agarrado todavía a mi brazo. El otro, el otro, por momentos, parecía mirar al suelo, le oía blasfemar… o tal vez me hablaba. El calor, el calor seca mis palabras, el calor de aquella mañana me impide recordar con claridad, no lo sé. Sólo éramos tres hombres solos, en un páramo.

Llegamos a un pinar. Solía colgarme de las ramas de uno de esos pinos, balancearme, sonreír. El hombre alto me dijo que me acercara a un pino alto, robusto, el más fuerte, abrasado también, como nosotros, por el inclemente sol de una mañana de junio.

Avancé unos pasos, lento, pero decidido, apreté los puños, me giré hacia ellos. El hombre bajo, extrajo de uno de sus bolsillos un revólver. El hombre alto, extrajo de su bolsillo derecho otro revólver, este creo recordar que era plateado, pero el calor… el calor me impide poder asegurarlo.

Me encañonaron. Aquella mañana abrasadora de junio fue testigo, al unísono, como sincronizados en la cansada repetición de un acto, conjunto. Me dispararon.

Sentí detenerse un péndulo al que, hasta aquel momento no había prestado atención. Los dos hombres de traje, insertaron sendos revólveres, al reposo de sus bolsillos, volvieron sobre sus pasos, y se perdieron entre el calor de una mañana de verano.

Me quedé allí quieto, mirándolos, en silencio… pero el calor, el calor de mi sangre en mis manos me impide saber si acertaron.

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