Ramami – La República Cultural
Si en cualquier momento alguien te menciona que te llevan a ver un concierto de un violinista, ineludiblemente a tu cabeza acudirá la imagen de un virtuoso arrancando de su instrumento de cuerda notas celestiales. Si te insinúan que el concertista esgrime una guitarra española, a tu mente asomará el sonido preciosista que unos vertiginosos dedos van a entresacar al carraspear unas cuerdas. Si te anticipan que te invitan a un concierto de piano, no podrás evadir de tu mente el sonido melódico de unas cuerdas percutidas. Y así podríamos seguir con un contrabajo o incluso con una batería. Nuestra imaginación dibujaría el cuadro más estándar, el más habitual y el más convencional. Por eso, si decides ir a ver un concierto en el que se dan cita todos estos instrumentos de cuerda, arropados por la percusión de una batería, nuestra anticipativa imaginación con dotes adivinatorias creará un escenario del típico cuarteto de cuerda y ya estás predispuesto a oír las más afamadas y aclamadas composiciones clásicas de Mozart, Haydn o Beethoven, por citar algunos. Y seguramente, en el ochenta por ciento de los casos, acertaríamos.
Pero si te inclinas por ir a ver a Ara Malikian junto a Fernando Egozcue Quinteto, lo mejor que puedes hacer es no imaginar nada. No generar ideas preconcebidas. Desconfiar de las apariencias. Nos despistaríamos nosotros mismos.
Tras las preciosistas, elaboradas y complejas composiciones de Fernando Egozcue está la ejecución e interpretación impecable de unos músicos excepcionales entre los que sobresale la arrebatadora personalidad del Sr. Malikian. Desde el mismo momento que pisan el escenario y en cuanto empiezan a sonar las primeras notas sabes que vas a ver algo muy diferente.
Ara es pura energía, puro coraje, puro ímpetu. Parece ser el mismísimo Angus Young que ha cambiado la guitarra por el violín. Salta de un lado a otro. Se inclina, se arrodilla, se contonea y a pesar de tanta conmoción la calidad musical no se ve alterada en lo más mínimo. Es la primera interpretación y con ella has recibido la primera bofetada que te saca de tu previsto letargo. Si venías pensando en estar relajado e incluso en echar una cabezadita, te has equivocado de sitio. Esto parece clásico convertido a hard rock. Tienen instrumentos que les delatan pero hacen otra cosa. Ni el mismo Fernando se atreve a definir su música. Es consciente de que su formación como estudioso de la música parte de una base clásica pero no reniega de influencias de gente como Emerson, Like and Palmer o Pink Floid. Lo que sí parece tener claro y se niega rotundamente, es a que lo cataloguen y lo encasillen en el jazz. Y no le falta razón. La versatilidad de sus temas es de lo más variado. En el trasfondo se deja ver en ocasiones la rumba, en otras el flamenco y por supuesto, como buen argentino, no podían faltar los guiños al tango.
Quizás por esas evidentes reminiscencias argentinas, entre canción y canción, al más puro estilo de Les Luthiers narrando historias de Johann Sebastian Mastropiero, Ara Malikian nos va presentando los temas usando como hilo conductor la vida de Fernando. El tsunami interpretativo contrasta en este espacio con la tranquilidad, dulzura y el sosiego con el que, llevándose el violín a la boca y usándolo de micrófono, demuestra ser un entretenido y excelente monologuista.
Tras la friolera de quince años juntos, no parece que hayan perdido el buen sentir. Se nota la complicidad que hay entre sus miembros. Se les ve divertirse. Siguen disfrutando de lo que hacen y seguramente ésta sea la clave de la buena energía contagiosa que transmiten. No es difícil interpretar el buen diálogo musical que hay entre ellos con el violín como mediador y moderador de cualquier parlamento. Así vemos como en ocasiones conversa con el piano, habitualmente en un tono moderado ya que no suelen replicarse. No ocurre lo mismo cuando se dirige a la guitarra. Dos fuertes personalidades que suelen empezar con una suave charla para ir subiendo poco a poco el tono, aportando cada vez argumentos más convincentes e inteligentes. La conversación obtiene tan alto nivel de solidez en las propuestas de los interlocutores que los momentos más álgidos y apoteósicos aparecen cuando descubren el punto de encuentro, cuando consiguen dar por fin con la solución al unísono.
El concierto fue un repaso de Lejos y Con Los Ojos Cerrados. Dos trabajos llenos de una calidad musical desbordante. Para sus directos saben escoger muy bien los temas más apropiados, los que transmiten más arrojo, más ardor y más atrevimiento, evidenciando la altísima calidad artística y musical que atesoran. Todos tienen su momento de lucimiento y todos y cada uno van sincronizados a la perfección.
Aunque los dos pesos pesados son Ara y Fernando, no podemos olvidar al resto del grupo. Es delicioso ver a Coni tocar y escuchar el limpio sonido de su piano, original hasta cuando se levanta, se inclina sobre la abertura del mismo y percute directamente las cuerdas con sus manos sin acariciar las teclas. O Martin Bruhn, que en ocasiones se queda sin batería y la expande aporreando las puertas, las paredes o incluso al violín de Ara que pasaba por allí. Más hierático, pero no menos efectivo ni eficiente es el contrabajo de Miguel Rodrigañez que da empaque y solemnidad a la formación.
De lo que sí estoy convencido, y sin riesgo a que mi imaginación profética se equivoque, es que al finalizar la actuación aplaudirás a rabiar y mientras tanto no dejarás de susurrar una y otra vez, “impresionante, impresionante, impresionante…” y cuando los aplausos empiecen a disminuir, cuando el silencio se acerque con intención de quedarse, cuando tengas la sensación de que todo ha terminado, te darás cuenta que en todo tu cuerpo se ha implantado, no solo una palabra, sino toda una sensación: “¡espectacular!”.