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Willa Cather, una utopía americana - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Willa Cather pertenece a la nómina de los autores que fuera de su propio país han sido reconocidos tardíamente, lo que tal vez obedezca a ese celo insular con que los norteamericanos protegen a sus creadores, a lo que habría que añadir el hecho de que Cather es una narradora de acontecimientos, personajes y lugares a los que a este lado del océano llamamos, con cierto reparo, “muy americanos”. Además, nuestra autora trató preferentemente temas del pasado, un pasado que se alejaba del presente sólo unas pocas décadas, suficientes en todo caso en un país joven y con escasa historia, por lo que su obra, a la vez que admirada, fue juzgada por la generación siguiente, la de Faulkner, Hemingway y Scott Fitzgerald, como ajena y fuera de la modernidad. Su recepción entre nosotros ha sido extraordinariamente lenta, y la mayor parte de su obra sólo se ha traducido al español en la última década. Se trata, puede decirse, de uno de esos felices descubrimientos retrospectivos que la literatura ofrece, todavía, al lector contemporáneo.

Willa Cather, una utopía americana

Historias y gentes de la frontera

Mi Ántonia
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Mi Ántonia

Portada de la novela de Willa Cather

Una dama extraviada
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Una dama extraviada

Portada de la novela de Willa Cather

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José Ramón Martín Largo – La República Cultural

Willa Cather pertenece a la nómina de los autores que fuera de su propio país han sido reconocidos tardíamente, lo que tal vez obedezca a ese celo insular con que los norteamericanos protegen a sus creadores, a lo que habría que añadir el hecho de que Cather es una narradora de acontecimientos, personajes y lugares a los que a este lado del océano llamamos, con cierto reparo, “muy americanos”. Además, nuestra autora trató preferentemente temas del pasado, un pasado que se alejaba del presente sólo unas pocas décadas, suficientes en todo caso en un país joven y con escasa historia, por lo que su obra, a la vez que admirada, fue juzgada por la generación siguiente, la de Faulkner, Hemingway y Scott Fitzgerald, como ajena y fuera de la modernidad. Su recepción entre nosotros ha sido extraordinariamente lenta, y la mayor parte de su obra sólo se ha traducido al español en la última década. Se trata, puede decirse, de uno de esos felices descubrimientos retrospectivos que la literatura ofrece, todavía, al lector contemporáneo.

Hay sólo dos o tres historias humanas, las cuales tienden a repetirse con la misma fiereza de la primera vez”, escribió Cather en uno de sus primeros libros, Pioneros, y ciertamente una parte considerable de su obra se atiene a tal afirmación. Son historias de una modesta y a la vez legendaria épica individual, las de hombres y mujeres, sobre todo mujeres, que se enfrentan a las duras condiciones de vida de la frontera del sudoeste, en la época en que una parte de ese territorio acababa de anexionarse a Estados Unidos tras la guerra con México en 1848. Así pues, sus protagonistas pertenecen a esa primera o segunda generación de inmigrantes, sobre todo eslavos, escandinavos y alemanes, que colonizaron las grandes praderas y que, procediendo de una Europa todavía semifeudal, encontraron en América un país en el que “no había que inclinarse ante nadie”, en el que podían trabajar su propia tierra y poner en práctica formas elementales de solidaridad y democracia. Suprimidos o apartados desde hacía tiempo los nativos americanos, las principales luchas de estas gentes debieron librarse contra la Naturaleza.

Por las páginas de los libros de Cather transitan los consabidos buscadores de oro y los hombres de negocios cuya suerte está unida a la del ferrocarril, pero tampoco faltan los intermediarios o usureros sin escrúpulos. Sin embargo, con diferencia, la mayoría son gentes sencillas del campo, llamadas muchas de ellas a permanecer en él de por vida y otras a conquistar el mundo con su talento. Nada de ello impide que la amplitud de registros de la autora le lleve a recrearse en la vida mundana de las grandes ciudades del Este, de lo que dejó constancia en algunos de sus relatos. Pues sucede que Cather conocía a la perfección el ámbito rural del Medio Oeste, en el que pasó su juventud, pero también la vida en Nueva York, donde se estableció con su compañera Edith Lewis, siendo ya una celebridad literaria, hasta su muerte.

Willa Cather había nacido en Virginia en 1873. Contando nueve años, su familia se trasladó a un rancho próximo a Red Cloud, población de Nebraska que tenía por entonces 2.500 habitantes. A la impresión que le produjo la llegada a ese “mar de trigo” se referiría años más tarde: “A medida que nos introducíamos en el paisaje me sentía como si estuviéramos llegando al final de todo: era como si se borrase la personalidad”. Y fue este cambio de ambiente, su transformación en hija de una familia de colonos en una tierra virtualmente virgen, lo que trastocó su historia personal y la nutrió con las experiencias que narraría tiempo después.

En el aislamiento de Red Cloud la muchacha recibió clases de un vecino, un tendero, y consiguió matricularse en la Universidad de Lincoln, en cuya revista no tardó en publicar sus primeros relatos. Durante su tercer año de universidad, Cather empieza a colaborar en el Nebraska State Journal, en el que tiene a su cargo la sección de crítica teatral. De esos años, en los que se forja como escritora y periodista, se conservan fotografías en las que se la ve, única mujer rodeada de hombres, con una expresión que denota sagacidad penetrante e irónica, la misma que pronto dio fama a sus artículos, temidos igualmente por los actores del teatro local y por sus profesores. Más tarde escribirá en otras publicaciones de Pittsburgh, ciudad de la que guardaría un amargo recuerdo, en la que pasó privaciones y en la que conoció a Isabelle McClung, con la que se embarcó, ya a principios del siglo XX, rumbo a Europa. En lo sucesivo viajaría a menudo, sobre todo a Francia. Es al regreso de este primer viaje cuando se instala en Nueva York, donde ejercería el periodismo y escribiría su obra.

No está de más extenderse con algo de detalle en la biografía de Cather, sobre todo en la de sus tiempos mozos, ya que ésta se asemeja a la de muchos de sus personajes. Entre estos hay dos que son el contrapunto el uno del otro y que, teniendo orígenes similares, muestran peripecias vitales opuestas. Además ambos se encuentran en dos de las mejores novelas de nuestra autora. Uno es Thea Kronborg, protagonista de El canto de la alondra, de 1915, y el otro la Ántonia de Mi Ántonia, que publicó tres años después.

La historia de Thea Kronborg está inspirada en la vida real de Olive Fremstad, sueca emigrada con su familia a Estados Unidos que, tras un tiempo en el que llevó la vida de los colonos en el Oeste, acabó convirtiéndose en una diva de la ópera con gran éxito en el Metropolitan de Nueva York. En dicha novela aparece la descripción de un personaje femenino que es común a casi todos los de la autora: “Era una muchacha hermosa y obstinada, una fuerza rebelde y violenta en una sociedad provinciana. Su forma libre de expresarse, sus ideas europeas y su proclividad a defender causas nuevas, aun aquellas que conocía mal, la convirtieron en blanco de recelos”. En sus orígenes, la existencia de Thea está ligada a las de sus vecinos en el medio rural, las vidas de los pioneros en el campo, depositarios todos ellos, a causa de sus diversas procedencias y sus diferentes maneras de interpretar el mundo, de una rica tradición oral. El relato, como si se tratara de una novela de formación, avanza a través del aprendizaje de Thea, joven que ha nacido con un don natural y que se rebela contra la estrechez de miras y los limitados horizontes de su entorno. Cuando huye del terruño en dirección a Denver, lo hace sobrecogida por sentimientos contrarios, en especial referidos al paisaje y a la familia que deja atrás. Pero esa huida, medita el personaje, estaba inscrita en el orden de las cosas y había soñado con ella desde la temprana infancia: “Se había marchado para luchar, y se iba para siempre”.

Toda la novela es el relato de un camino hacia la emancipación personal, como alguien le dice hacia el final de la misma: “Has entrado en posesión de tu personalidad”. Sin embargo, también aquí, como sucede con otros personajes de Cather que consiguen escapar al ambiente provinciano y alcanzan el éxito, la autora hace que la protagonista acabe interrogándose acerca del sentido de éste: pues “se había pasado la vida apresurándose y chisporroteando, como si hubiera nacido con retraso”. Y es que el triunfo social requiere sacrificios, entre ellos el de la renuncia a aquel humilde terruño de la infancia y a sus habitantes, que ahora aparecen embellecidos en la distancia.

No menos inolvidable y humano es el personaje de Ántonia, nacida en Bohemia y cuya familia, siendo ella niña, se establece en un lugar perdido de Nebraska. Esta novela magistral incorpora, al relato de la vida de la protagonista, un hallazgo que ilustra el modo del proceder literario de su autora. Y es que toda la historia de Ántonia la conocemos a través del manuscrito que ha redactado James Burden, su amigo de la infancia y enamorado incondicional. Desde el punto de vista de éste nos acercamos a la vida de miseria material y a los anhelos de la muchacha, que al contrario que Thea Kronborg tendrá que abandonar los estudios para ayudar a su familia. Tras una vida de trabajos, partos y crianza de los hijos, el abogado Burden narra su regreso a Nebraska para encontrarse por última vez con Ántonia, cuya “llama interior, pese a todo, no se había extinguido”. Porque sucede que la mujer suscita los recuerdos del narrador no sólo por lo que ella ha hecho (a su manera, también un triunfo), o por sus sentimientos de siempre hacia ella, sino por lo que Ántonia encarna: “el país, las condiciones de vida, la aventura de nuestra infancia”. El libro, como otros de Cather, contiene una bellísima descripción de la frontera del Oeste en la que no faltan los héroes de leyenda (Jesse James), ni las idas y venidas por ese territorio que “no era un país, sino el material del que están hechos los países”, y en el que “la hierba es la tierra, como el agua es el mar”.

El narrador no olvida establecer diferencias entre las chicas del campo y de la ciudad, diferencias de las que aquéllas salen favorecidas, pues no en balde “las que ayudaron a roturar las tierras salvajes aprendieron mucho de la vida, de la pobreza, de sus madres y abuelas; todas se habían espabilado prematuramente, igual que Ántonia, al tener que cambiar su viejo país por otro nuevo a una edad temprana”. Lo que viene a añadir un componente sociológico, y moral, a esta novela que es la crónica de la vida de los pioneros, a la vez que una hermosa historia de amor.

La extensa obra de Willa Cather, en la que difícilmente se encontrará una sola página desprovista de interés, no se limita, como queda dicho, a narrar la vida de la población multiétnica de la frontera, por mucho que la mayoría de sus personajes procedan de ella. Así sucede en Uno de los nuestros, con la que obtuvo el Premio Pulitzer en 1922. Aquí se trata de la aventura de Claude Wheeler, quien, descontento con su destino, aspirará como las heroínas femeninas de la autora a escapar del terruño, cosa que logrará alistándose en el ejército que partirá a Francia para combatir en la Gran Guerra. Y lejos del Oeste van a parar las protagonistas de dos excelentes nouvelles de Cather: Una dama extraviada y Mi enemigo mortal, que se publicaron respectivamente en 1923 y 1926, en las que se trata del declive del Oeste americano, con sus luchas y su sencilla moral, y del auge de nuevos valores, en torno todos ellos al dinero. Así estos libros constituyen también la crónica del desvanecimiento de un mundo en el que los cambios se sucedían aprisa y que hoy alimenta todavía la leyenda y la nostalgia de una utopía americana, tan cargada de sueños como de humanidad.

DATOS RELACIONADOS

Algunos libros de Willa Cather disponibles en castellano:

Título: El canto de la alondra
Traducción: Eva Rodríguez Halffter
Editorial: Pre-Textos
Primera edición: 2001
Formato: 20 x 12 cm. 530 páginas
ISBN: 978-84-8191-386-6

Título: Mi Ántonia
Traducción: Gemma Moral
Editorial: Alba
Primera edición: 2012
Formato: 21 x 14 cm. 384 páginas
ISBN: 978-84-8428-679-0

Título: Uno de los nuestros
Traducción: Beatriz Bejarano
Editorial: Nórdica
Primera edición: 2013
Formato: 23 x 14 cm. 504 páginas
ISBN: 978-84-92683-43-7

Título: Una dama extraviada
Traducción: Ismael Attrache
Editorial: Alba
Primera edición: 2012
Formato: 21 x 14 cm. 208 páginas
ISBN: 978-84-8428-700-1

Título: Mi enemigo mortal
Traducción: Gemma Moral
Editorial: Alba
Primera edición: 2012
Formato: 21 x 14 cm. 128 páginas
ISBN: 978-84-8428-743-8

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