Ramami - La República Cultural
Sea por lo que fuere, los cambios de cualquier tipo siempre suscitan recelos y sin embargo son inevitablemente necesarios para sobrevivir. “Renovarse o morir” como vulgarmente se suele decir. En eso debieron pensar Tom Smith y los suyos para pagar el alto precio que supuso el abandono de Chirs Urbanowicz, llevándose con él su peculiar forma de componer. No en vano se desprendían de parte de su identidad. Tras ese punto de inflexión les quedaban dos opciones. Intentar seguir haciendo lo mismo que habían venido haciendo hasta ese momento a sabiendas de la ausencia de uno de sus motores más relevantes o dar un giro en busca de nuevas expectativas. De forma valiente optaron por la segunda. No debe ser fácil decidir abandonar una fórmula ya testada, devolviendo balances positivos, por otra de la cual no tienes la certeza de nada. O bien, se es un intrépido inconsciente y se arriesga todo por el mero hecho de buscar el placer de jugar en el abismo, o bien, la confianza en uno mismo y en lo que se hace es tan alta que te permite jugar pero controlando los riesgos. No sólo han variado su propuesta musical, sino también su formación, pasando de cuatro a cinco componentes.
Tras la publicación de su último trabajo The Weight of Your Love, y de como fue acogido por el público, seguro que en algún momento dudaron y debieron pensar que se habían equivocado. Pero aún les quedaba una baza, la más potente de todas. Argumentar encima de un escenario, en directo y mirando a su público cara a cara.
Lo que nadie les podrá discutir es que en directo demuestran una potencia incuestionable. Una vez que les estás viendo y escuchando se te olvida todo. Ya no tiene sentido plantearse si te gustaba más lo que hacían antes o lo de ahora, o que si sus nuevas canciones ya no son lo que eran y no dan la talla con respecto a discos anteriores. Encima del escenario todo adquiere otro tinte, otro color y lo único que se percibe es una adecuación, una coherencia y una cohesión que en todo su conjunto resulta realmente brutal.
Con la sala casi hasta la bandera y después de lo vivido, seguramente merecedores de recintos con mayor capacidad, emprenden su andadura. Comienza a sonar un pregrabado de sintetizadores de fondo y tras una inmensa niebla surgen las figuras que todos estaban esperando. Sus guitarras, reforzadas por una imponente batería, nos empiezan a mostrar su nueva teoría. Han elegido Sugar para argumentar su primera tesis y aunque es cierto que la gente aún se muestra timorata y expectante, aquello suena de muerte y todos los prejuicios empiezan a ser desmontados a la primera de cambio. Es "una de las nuevas", pero ya parece una de “las de siempre”. La semilla ya estaba echada y las expectativas creadas. Desde el principio prometían brillar a gran altura y a fe que lo consiguieron. Al tercer intento sonaba Smokers outside the hospital doors y con ella la sala se ponía patas arriba.
Aunque hubo algún que otro altibajo se notaba que su set list estaba estratégicamente planeada. Siete de las veintiuna canciones que habían seleccionado eran de su último trabajo pero perfectamente colocadas y contra muchos pronósticos, no desentonaron en ningún momento e incluso en ocasiones se alzaron y consiguieron consolidar un lugar en el Olimpo de sus hits. Entre Bones, All sparks, An end has a start, Bullets o Munich se pusieron a su altura Two hearted spider, A ton of love, Honesty y por supuesto un Nothing totalmente desconocido, que nos dejó a todos con la boca abierta, por algo la elegirían como preludio de un apoteósico y alargado Papillon, más de ocho minutos de duración, para poner un broche final a un concierto que dejó más que satisfecho a todo el mundo.
Demostraron ser un grupo de directo. Donde supieron dar otra dimensión a todos sus temas. Tenían mucha más vida, mucha más fuerza y consiguieron esa comunión con el público que toda banda que se sube a un escenario no para de buscar y desear.
Una nueva fórmula que lejos de alejarse de sus incondicionales fans amplía el espectro del perfil de sus futuros seguidores.