Julio Castro – La República Cultural
Javier y Lola son los protagonistas en esta historia de burdel, en la que las apariencias pueden engañarnos y solapar la realidad de su esencia, pero que no oculta la soledad de ambos ante el miedo, ante el afecto, ante el humor, ante la dependencia o ante el pasado.
Por algún motivo (que nada tiene que ver con el hecho obvio de ser una historia de burdel), se me viene a la cabeza una conexión con el argumento y con los personajes de Adam Rapp en Invierno en el Barrio Rojo (Red Light Winter), con el que son evidentes las diferencias y las distancias. Y si en aquel, el egoísmo y el personalismo se hacían presa del argumento principal, aquí es lo que llega a generar distancias y, a la vez, encuentros.
El planteamiento de dos expectativas diferentes entre Javier (Chema Coloma) y Lola (Fátima Sayyad), remarcará buena parte de la concomitancia de ambos personajes, mientras una pantalla de humo dirige la mirada del público hacia otro punto de mira, como la mano del engaño de un prestidigitador.
Así, desde la idea del desprecio a la del trato maternal, hay toda una gama de colores, que más tarde se trocarán en negro y que prefiero no desvelar.
Sin embargo, todo el juego se mueve entre dos polos, el positivo y el negativo, pero también el de la vida y el de la muerte. En este movimiento se alternan la prostituta y su cliente, cambiando entre sí los papeles hasta que la realidad acaba por desaparecer, y sólo la ocupan los sentimientos personales. A partir de ahí, el camino es el de conocerse cada cual a sí mism@, pero eso tal vez sea un reto demasiado complejo de aceptar.
“La preocupación es lo que se devora la vida”, dicen cuando parecen buscar lo más complicado en la vida a fin de encontrar la felicidad en la sencillez. Sin embargo, la cercanía y la conexión entre ambos parece ser abrumadora, hasta el punto de hablar de ella de forma impersonal y como algo ajeno “entre dos personas hay hilos invisibles, de una cabeza a otra, de un corazón a otro […]” viene a decir aproximadamente Lola.
Un argumento que casi viene a vivir como una vida, porque tiene nacimiento en el encuentro, y finalización en una pequeña muerte, la del regreso a un lugar del que no se quería partir. Así que el tema de la muerte también entrará en el campo argumental, para tratarse de distintas maneras, aunque, igual que el resto, de forma dual. Mientras por una parte Lola afirma “no es malo morirse, si se sabe que se ha vivido de verdad”, Javier asume una parte del argumento “un minuto puede destruir toda una vida. Luego, todo se para…”.
Ambos personajes son tratados con la firmeza necesaria, ya sea en el sarcasmo inicial que ofrece Fátima Sayyad en su frescura, y que luego se va trastocando en la inseguridad de su personaje desenmascarado, como en el apocamiento de Chema Coloma, que quiere volverse dominante a medida que avanza la historia. Ambos juegan muy bien la oportunidad de contrapear su manera de realizar este encuentro, pero el propio hilo argumental va diluyendo sus personajes, hasta la desaparición en el oscuro.
Sin haber tenido la ocasión de leer el texto de Durringer es difícil juzgarlo, pero me quedo con la impresión de que actriz y actor le proporcionan una fuerza más intensa a los personajes, que deviene en un interés mucho mayor al argumento, respecto del que pueda tener su original. Por otro lado, el entorno y el formato en que se pone en escena la obra permiten que el público esté integrado en la historia, la viva más de cerca y exija más del dúo actoral.
Por fin, concluyo que la conexión planteada al inicio, ente ambas obras y autores, aparte del propio género, me lo sugiere el hecho de nacer de la idea de un libreto cinematográfico que, sin embargo, creo que está más cercano a la escena teatral.