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Saadat Hasan Manto y la nación dividida - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Cuando en 2005 se estrenó el cortometraje Toba Tek Singh, que fue premiado al año siguiente en el VC FilmFest de Los Angeles, se completó un ciclo narrativo y a la vez histórico cuyo precedente cercano era la partición de la India en 1947, aunque sus antecedentes más remotos podrían buscarse en el siglo XIII, en torno a Delhi, momento y lugar del nacimiento de la literatura urdu.

Saadat Hasan Manto y la nación dividida

Una antología de sus relatos por primera vez en castellano

Toba Tek Singh
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Toba Tek Singh

Portada del libro de Saadat Hasan Manto.

Toba Tek Singh
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Toba Tek Singh

Portada del libro de Saadat Hasan Manto.

DATOS RELACIONADOS

Título: Toba Tek Singh
Autor: Saadat Hasan Manto
Traducción: Rocío Moriones
Editorial: Contraseña
Primera edición: 2012
Formato: 21 x 13 cm. 208 páginas
ISBN: 978-84-939308-1-3

José Ramón Martín Largo – La República Cultural

Cuando en 2005 se estrenó el cortometraje Toba Tek Singh, que fue premiado al año siguiente en el VC FilmFest de Los Angeles, se completó un ciclo narrativo y a la vez histórico cuyo precedente cercano era la partición de la India en 1947, aunque sus antecedentes más remotos podrían buscarse en el siglo XIII, en torno a Delhi, momento y lugar del nacimiento de la literatura urdu.

Afia Nathaniel, la joven directora de aquel cortometraje, ha escrito que “la gente común tiene historias extraordinarias que contar”, lo que a esta pakistaní formada en Lahore y Nueva York que ha creado en su país la productora Zambeel Films le sirve de inspiración para sus películas de temática social, entre ellas el documental Shame, que cuenta la sobrecogedora historia de la violación de Mukhtaran Bibi en 2002, cuyo empeño en obtener justicia la convirtió en una reconocida activista internacional de los derechos de las mujeres. Su historia, la de una mujer enfrentada en solitario a una vieja y carcomida sociedad dominada por clanes ancestrales y oscuros códigos de honor, no es ajena a una poderosa corriente social de la literatura en lengua urdu, corriente que engrandeció a mediados del siglo pasado el punjabi Saadat Hasan Manto.

Manto nació en 1912, miembro de una familia musulmana originaria de Cachemira. En contra de los deseos de su padre, abandonó los estudios de Derecho que cursaba en la Universidad de Amritsar, donde tuvo tiempo de introducirse en el movimiento estudiantil contra la ocupación británica. Allí conoció a Abdul Bari Alig, que por entonces era editor del diario Musawwat (“Igualdad”) y que le animó a familiarizarse con la literatura rusa y francesa. Entre 1933 y 1935, tras la muerte de su padre, Manto realiza diversas traducciones que se publican en Lahore, entre ellas la de El último día de un condenado a muerte, de Victor Hugo; Vera, de Oscar Wilde; y una colección de cuentos rusos que se publicó con el título de Russi Afsane. Más adelante Manto escribiría que “todo lo que he llegado a ser hoy se lo debo en primer lugar a Bari Alig, sin el cual hoy estaría transitando una senda bastante diversa”. Ya en 1936 publica su primera colección de relatos y se traslada a Bombay, donde empieza a escribir guiones para la industria cinematográfica, y después a Delhi. Es éste su período más prolífico, en el que escribe para la radio y luego, de vuelta en Bombay, se hace un nombre en la industria cinematográfica. Iba a ser aquí donde Manto viviera el acontecimiento que varió el rumbo de la existencia de millones de sus compatriotas, y también de la suya.

En agosto de 1947 la colonización británica de la India concluye con el establecimiento de dos estados soberanos. La partición afectaba a Bengala, convertido su territorio oriental en provincia de Pakistán (hoy Bangladés) y al Punjab, al tiempo que dejaba sin resolver la adscripción de Cachemira a uno de los nuevos estados, lo que daría lugar a un conflicto que hoy persiste. La gran fractura de la India se produce en un momento favorable de la carrera de Manto, cuando su obra obtiene reconocimiento y disfruta por primera vez de una economía boyante. En esos años es un miembro respetado de la Asociación de Escritores Progresistas, a la que pertenecía desde hacía tiempo; su trabajo como guionista le ofrece unas perspectivas prometedoras; y a pesar de que se enfrenta a diversas acusaciones de obscenidad por algunos de sus relatos, intuye que su futuro es inseparable del de Bombay, devenida en su patria de adopción y de la que sin embargo deberá separarse, como han hecho ya su mujer y sus hijas, a causa del incremento de los disturbios y la generalización de los asesinatos de musulmanes. “Durante tres meses fui incapaz de tomar ninguna decisión”, escribiría. “Me parecía como si tuviera un montón de películas proyectándose a la vez en la misma pantalla. Todas ellas se mezclaban: a veces eran los mercados de Bombay y sus calles; a veces los pequeños y veloces tranvías de Karachi, aquellos lentos carros de mulas, y a veces el vocerío monótono de los restaurantes de Lahore”. Finalmente Manto optaría por huir a ésta última, convertida ahora en ciudad fronteriza del nuevo estado de Pakistán.

La Lahore que encuentra Manto después de la partición es una ciudad bien distinta a la que el conocía. Superpoblada por cientos de miles de refugiados, su industria cinematográfica en cambio, a diferencia de la de Bombay, está en declive; la vida literaria apenas existe y entre los espacios que dejan la marginación y la picaresca empieza a abrirse camino el fanatismo religioso. Aquí firma el guión de un film que se estrena sin pena ni gloria, al tiempo que en la India la película Mirza Ghalib, con guión suyo, obtiene el premio nacional del cine. Colabora en la prensa y publica su relato Carne fría, a resultas del cual volverá a ser acusado de obscenidad. Desgarrado por la Historia, extraño en un país que ya no podía reconocer como propio, Manto murió alcoholizado en 1955, a la edad de cuarenta y dos años.

El relato fue para Manto la forma natural de expresarse. Su lengua, el urdu, en la que se mezclan las herencias del árabe y el persa, prosperó durante la dominación mogol, hasta 1857, y hoy es un signo identitario de los pakistaníes y de la minoría musulmana de India. Aparte de la poesía en urdu, que tiene justa fama, existe un género a medio camino entre la prosa y el verso, el dastaan, que viene a ser una especie de poema épico con gran influencia en la literatura popular, y algunos de cuyos rasgos acabarían por incorporarse a la novela. Sin embargo, es quizá la afsanah, o novela corta, la forma intrínseca de la prosa urdu, la cual ha alcanzado sus mayores logros en el último siglo. A este género pertenecen los relatos contenidos en el volumen Toba Tek Singh (Editorial Contraseña, 2012), único libro de Manto disponible en castellano.

La antología recoge los relatos que se consideran más representativos de toda su producción. Fueron escritos entre 1940 y 1954 y abarcan temas sociales, referidos particularmente a la condición de la mujer y a los distintos fanatismos religiosos, todo ello en el marco de la independencia y la partición de la India. Algunos de ellos contienen la huella de las formas poéticas tradicionales en urdu, sobre todo del ghazal, pequeño poema de tema amoroso.

El relato que da título al volumen (y también al cortometraje de Afia Nathaniel mencionado al principio) muestra con crudeza el absurdo y el dramatismo de la partición. Un grupo de enfermos mentales del manicomio de Lahore debe ser intercambiado por otro de la India, en consideración a las creencias que se les atribuyen. El anuncio del traslado causa estupor entre los locos, quienes aquí se convierten en razonables portavoces de la resistencia a una situación tan inapelable como arbitraria. “¿Por qué nos van a enviar a la India? ¡Si no sabemos hablar el idioma de allí!”, dice uno. Otro trepa a un árbol y se sienta en una rama. Cuando los guardas le ordenan bajar, exclama: “¡Yo no quiero vivir ni en la India ni en Pakistán, quiero quedarme en este árbol!” Un tercero no dejaba de “insultar a todos esos políticos hindúes y musulmanes que habían acordado dividir la India, ya que ahora su novia era india, y él, pakistaní”. La desproporción, aquí, entre los sencillos e ingenuos alegatos de los locos y la magnitud de la catástrofe que cayó sobre la nación hindú, con sus masacres de un lado y de otro y sus cientos de miles de asesinatos, provocan un contraste que termina por estremecer al lector. Cuentan que, hacia el final de su vida, Manto hizo una lectura pública de este relato en el YMCA Hall de Lahore, en la reunión anual del círculo literario Halqa-e Arbab-e Zauq. “Parecía mas viejo de lo que era”, escribió un cronista anónimo, “pero él leyó su historia en el estilo dramático de costumbre, y cuando acabó habría podido oírse la caída de un alfiler, tal era el silencio, y había lágrimas en los ojos de todos”.

Muchos de los relatos de Manto presentan un contenido erótico que no fue apreciado por la mayoría de sus contemporáneos, y no sólo entre los conservadores que le llevaron varias veces a los tribunales, sino también entre los laicos de izquierdas, por ejemplo sus colegas de la Asociación de Escritores Progresistas. A propósito del relato Olor, el escritor Sajjad Zahir escribió: “En una ocasión yo mismo le dije a Manto que su relato era una historia completamente desagradable y estúpida, porque el hecho de reflejar las perversiones sexuales de un miembro acomodado de la clase media resulta una pérdida de tiempo para el escritor y para el lector”. El relato en cuestión narra de manera bellísima una escena de amor entre Randhir, el protagonista, y una desconocida ghatan, una chica rústica y simple. Más tarde, ya casado, la refinada y perfumada esposa de Randhir no podrá despertar en él el deseo que le acució en aquel furtivo encuentro con “el olor del cuerpo sucio de aquella muchacha ghatan”. Y también el relato Humo, que narra de manera magistral el despertar del deseo de un adolescente, fue tachado de obsceno, por lo que Manto, de nuevo, fue requerido por los tribunales y condenado por sus colegas.

A otra forma de abordar la sexualidad, y por medio de ella de mostrar la violenta crudeza de la turbia relación entre proxenetas y prostitutas, pertenecen relatos como Khushia y La bombilla de cien vatios. Dichas historias, junto a su desnudo y a veces brutal realismo, poseen claves psicológicas en las que se sugieren los mecanismos de la dominación y la servidumbre, honesto y crítico reflejo de un marco social que, pese a situarse en otra cultura y otro tiempo, hoy no nos es desconocido.

Por estos relatos desfilan los tres grupos religiosos que tomaban parte por entonces en los acontecimientos de la India, ninguno de los cuales sale muy bien parado, y entre ellos tal vez sea el titulado Mozel el que más certeramente ilumina la época que a Manto le tocó vivir, quizá porque la protagonista no pertenece a ninguno de ellos. Así, como los locos de Toba Tek Singh, se sitúa al margen, en calidad de testigo de una espiral de fanatismo que acabará arrastrándola a ella al sacrificio. Pues Mozel es una judía cargada de sensualidad y de vida, minoría desplazada que se involucra, por el amor a un sij, en una guerra que no parece haber sido concebida para otra cosa que para servir de obstáculo al amor.

Lúcida y siempre vigente reflexión ésta, la de un gran autor al que caracterizó su independencia y que no debería estar en el olvido, que fue cronista de los desmanes de su tiempo y a su pesar también de los del nuestro. A él le sucedía que ignoraba si sus relatos eran mejores que los de la vida, de donde los tomaba, y a esa admiración por la vida como constructora de historias se refirió en las palabras que deberían haberse escrito en su epitafio: “Aquí yace Saadat Hasan Manto, y con él yacen enterrados todos los secretos y los misterios del relato breve. Reposa bajo toneladas de tierra, preguntándose aún quién de los dos es el mejor escritor de relatos, Dios o él”.

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