Julio Castro – La República Cultural
De fondo, tras el sonido del piano, una voz susurra los movimientos escénicos una y otra vez, las actrices están en sus puestos, estáticas, aguardando al público para narrar sus respectivas historias. Varios personajes de mujer hablan de los significados del maltrato, de aquellos que son directos, y que guardan amagados otros más sutiles, sin embargo, igual de brutales y destructivos.
“No tenía claro qué quería ser, pero sí tenía claro quién quería no ser”, es el papel de Rosalinda Galán, es la mujer que ha surgido de un conflicto de infancia a través del padre y de su pareja. Sin embargo, Begoña Mencía se declara “yonqui del amor incondicional”, que es precisamente lo que la conduce a lo largo de su texto. La tercera es Karmen Garay, que baja hasta el nivel de decir “me perdono por todos… por haber sido siempre la gorda del instituto…”.
Los tres papeles van desliándose durante la función, cada una de ellas con pequeños rasgos de gran peso, elementos con los que juegan, junto con el formato en que se presenta, para enamorar al público del propio rechazo por su situación. Porque me parece que todo tiene interés en el desarrollo, desde unos textos íntimos llenos de poesía a los que ellas han dado contenido y ahora dan forma, hasta la simbología de los elementos que incorporan, que amplifican las propias imágenes textuales.
Las tres actrices ponen en pie este trabajo textual, convirtiéndolo en una propuesta de magia visual por medio del movimiento, de la luz y de la generación de un deseo íntimo de seguir escuchándolas. Cosa curiosa esta última, porque dado el tema núcleo de la obra, el último deseo debiera ser el de permanecer en la sala.
Si a todo añadimos la voz de Rosalinda, entenderemos que la necesidad de superación de estas mujeres tiene un trasfondo muy especial, seguramente mágico, en este entorno en el que nos ha tocado vivir.
Después de haber visto Cenizas, de Chevi Muraday con Alberto Velasco, descubro que hay cierta continuidad de estilos que se refleja en detalles de forma esporádica en la manera de mostrar algunos detalles, o de darle sustancia al movimiento individual y colectivo. Pero, sobre todo, me parece que la dirección está en la medida que debe estar, para lograr entrelazar las tres historias, que no se mezclan, pero sí se cruzan y tiran unas de los recursos de las otras a medida que van avanzando.
Recomiendo especialmente fijarse en los textos, porque entre la imagen y las historias, corremos el riesgo de perder mucho de la lírica que contiene, pero realmente, el viaje va a merecer siempre la pena.