Julio Castro – La República Cultural
“¿A que no te esperabas lo del palo?” me decía Luz Arcas a la salida del estreno. Claro, es que cuando me hablaban ella y Abraham Gragera del traspaso del testigo dramático entre Edipo y Antígona, no esperaba yo que fuera tan físico, tan literal.
Me refiero a este Éxodo: primer día, la nueva propuesta de danza que ha armado La Phármaco, y que se ha estrenado en Madrid con un gran interés, que se multiplica al constituir la entrada de un género tan esencial como la Danza Contemporánea en el entorno de los espacios gestionados por una entidad privada como es la de Smedia.
Pero hablemos primero del contenido en el que la coreógrafa comparte el trabajo y el espacio físico con Regina Navarro, y luego trataremos del por qué del asunto.
En los orígenes, un Edipo que marcha hacia Colono, decidido a cumplir con su destino, con el sacrificio que debiera salvar a su estirpe de la tragedia. Apoyado en su báculo que es la hija, Antígona, recorrerá ese camino hacia el bosque y vivirán juntos primero, y solos después, lo que los hados han dispuesto y lo que no.
Aquí la dramaturgia y la coreografía han cumplido su propio propósito, que es el de desvelar lo que el texto de Sófocles apunta, y lo que la lógica dispara, de forma que desde una concepción actual, llevan al público a una época remota, por medio de unos personajes incrustados en un friso, del que aprenden a separarse en sendos momentos, para narrar físicamente su tragedia.
Por tanto, lo que comienza en la simetría de la piedra tallada, poco a poco se va despegando para romper con ello, de la misma manera en que se rompe con la linealidad de un muro con su historia.
Las luces hacen su juego, diseñando el ambiente, los espacios que desde el muro hasta el bosque y la tormenta, pasando por el camino que conduce a los destinos finales. Pero en este escenario casi desprovisto de escenografía, el diseño no está ausente, porque sin darnos cuenta encontramos juegos de contraluces y, sobre todo, otro espacio físico que genera la música en directo.
Desde luego, porque la música de Mariano Peyrou y Xosé Saqués, junto a la maravillosa voz de Laura Fernández, visten por encima lo que pueda faltar en ese espacio. En esta ocasión, el juego con la música y el movimiento, logra aportar un conjunto en el que un cierto estilo de danza más oriental (quiero decir, más hacia el oriente de lo que corresponde), suaviza la tragedia para darle unos toques de sutileza y gracia, en los que quizá se encuentre algo de ciertas influencias en la formación de la coreógrafa. Y si la instrumentación musical se incorpora al viaje, la parte vocal se centra más en la pérdida, sustituyendo o complementando los momentos más narrativos de la danza, que se nota presente con mayor fuerza descriptiva en el resto de la pieza.
Aquí el protagonismo también se recalca en las mujeres, porque las dos actrices engloban los papeles de nuestros protagonistas, pero también porque aunque Luz Arcas cuenta con más peso en el movimiento compartido (pensemos también en un Edipo que debe ser transportado), esto permite disfrutar de las imágenes que nos deja el movimiento de ambas en sus pasos a dos, y más tarde, absorber el solo de Regina Navarro, que nos devuelve a una gran intérprete a la escena. Pero es que, para rematarlo, el destino queda asumido por Antígona, como no podía ser de otra forma. Si a ello le añadimos la voz de Laura Fernández, el panorama femenino es redondo en esta tragedia clásica.
Hace meses pude asistir a la muestra de una parte de la obra, que era la investigación que correspondía a la primera mitad, y no pude dejar de observar que una interesante faceta de la danza de Luz consiste en la de facilitar la comprensión de su movimiento, y dejar que el espectador vislumbre hacia dónde conduce su trabajo en el espacio.
En esta coreografía encontramos una buena parte de movimiento pausado, que van evolucionando hacia la segunda parte hasta dirigirnos a una danza con bastón, en la que ese testigo del que hablaba al comienzo, tiene una simbología muy diversa, desde la del juego de la evolución del ser humano que Tiresias le plantea a Edipo (el ser que camina por la mañana a cuatro patas, por la tarde en dos y por la noche con tres), y que predice su propio futuro, hasta la propia representación pictórica que se ha hecho del personaje. Pero también es el equivalente de ese bastón que supone Antígona para el anciano, el que le permite caminar y llegar a su destino.
Aquí el bastón será también el eco del rayo de la tormenta que marca el final del protagonista, pero para nuestro caso es la tragedia que debiera haber terminado con su vida en colono y que la profecía no permite cumplir del todo, traspasando ese testigo que nuestra compañía ha querido reflejar en manos de Antígona.
Todo es importante, y todo es poco para apoyar nuestras Artes Escénicas, así que, como decía al comienzo, encontrar que por fin los teatros comerciales de Madrid se abren a este género e inician una modesta pero gran apuesta por completar sus contenidos con la Danza Contemporánea, me parece para celebrarlo y para apoyar su continuidad. No en vano nuestra revista se volcó hace tiempo en favorecer la entrada de propuestas de este tipo, con la alegría de ver realizada la apuesta, y la esperanza de poder contar con una cartelera variada y estable a medida que pasen los meses y los años.
Es una lucha valiente, en la que siempre estuvieron las salas alternativas de nuestra ciudad y de otros lugares, así que bienvenida sea la diversidad, y hagamos juntos un público que vaya accediendo poco a poco, y una opción que permita a las nuevas compañías contar con más medios y espacios.
De La Phármaco, destacar la profesionalidad, así como la energía que desprende y el movimiento de sus sucesivos integrantes, a quienes he podido seguir desde hace años en sus distintas coreografías. Siempre me ha sorprendido en sus resultados, pero también en la elección de la temática más clásica conducida a un formato tan actual. Hoy ya han debutado con lo nuevo en un teatro de formato medio, y mañana… seguiremos estando ahí.