Julio Castro - La República Cultural
La idea de El juego de Ender, de Orson Scott Card1, es hoy ya una realidad. No en una guerra entre mundos, sino en una guerra continua entre el poder y los pueblos, esa para que herramientas como los drones son muy rentables: sistemas de ignorar conciencias humanas.
“Disuadir”, explica uno de los personajes de esta obra, “es inducir a alguien a que mude su propósito”. Un conspiranoico nos toma por una asamblea ante la que hace su discurso, más cercano a veces, más lejano otras. Nos introduce de esta manera en el ambiente del espionaje civil y militar, de los aparatos que, a distancia, cumplen funciones cada vez más perversas, sin un control real de la situación. Y así, llegamos a uno concreto: el Dron.
Como ya sabemos, el dron (del inglés drone) es un aparato aéreo no tripulado, controlado por acción remota y que tiene fines de diverso tipo, pero en principio y básicamente, militares, ya sea armado, o para espionaje. Aunque existan otros usos.
Un elenco compuesto por doce actores y actrices da vida a numerosos y diversos personajes, que se dividen entre aquellas personas que controlan (o desean controlar) al resto, quienes engañan, las que sufren y alguna más que intenta desmontar la mentira en defensa de las víctimas.
Se juega con el espacio, ya sea la disposición peculiar del público como la del propio elenco, pero, sobre todo, con el espacio escénico, en el que los personajes y sus momentos definen las localizaciones geográficas y, por lo tanto, la acción que viven, sin necesidad de atrezo ni decorado (excepto dos espacios de cabeceras que son fijos). De esta manera consiguen que, cambiando a los personajes de lugar, el desarrollo tenga otro significado. Sin embargo encontraremos distintos niveles: el de decisión y mando político, el de control y acción policial y militar, y el de la población objeto de todo lo anterior. Se disponen a alturas distintas, y en espacios separados.
Vamos a vivir el efecto de una acción, en la que el disparar a distancia y olvidar las consecuencias hacen más inhumano el hecho de matar. En escena veremos cómo una ministra no tiene problemas en reírse de la sociedad a través de las mentiras en sus ruedas de prensa. Cómo los investigadores y científicos pueden ser utilizados, incluso instrumentalizándolos jerárquicamente. De qué manera el uso de los drones es un juego para policías y militares que los utilizan. Cómo la prensa está manipulada en un elevadísimo grado a fin de tapar estas cosas (también jerárquicamente, claro). Y, finalmente, cómo el pueblo sufre las consecuencias en cadena sin hacer nada.
Aquí, la mira de un objetivo puede convertirse en un desfile militar… o en una especie de símbolo nazi girando entorno a quien dispara. Podemos escuchar cómo nos han adormecido y, si te rebelas, el miedo y la fuerza siempre funcionan.
Una reportera tratará de desvelar esta historia al público, y enfrentarse a todo para dejar constancia de la realidad, pero también nos llegan ecos del futuro “… habrá máquinas para cualquier necesidad, estaremos en nuestras casas, tranquilos… dormidos… eso, dormidos”. El futuro ya ha llegado.
Casi cualquier personaje de esta propuesta de Nuevo Teatro Fronterizo tiene un papel fundamental, algunos más cómicos y satíricos, otros más humanos y finalmente, detrás, amagados, también están los violentos. Hay quien quiere saber, hay quien no quiere saber, pero, sobre todo, están quienes no quieren que se sepa: finalmente, lo importante parece un mensaje “dispara y olvida… colateralmente”.
Una exigencia, más que un mensaje, se desprende del lado opuesto: “por algún sitio hay que empezar”. Si no se comprende, nada merece la pena, ni siquiera ir al teatro.
Creo que policías y militares deberían acercarse a ver este espectáculo, para entender lo repugnante de las actitudes que mueven algunas de sus actividades. Cada día más.
- 1 Orson Scott Card es el autor de una gran saga de ficción literaria, que nace a partir de El juego de Ender. Y aunque nada tiene que ver con esta puesta en escena, no sería justo dejar de citar en estas páginas que, pese a su buena literatura, sus opiniones homófobas merecen nuestro más alto desprecio, y hay que dejar claro que nadie tiene excusa alguna para ampararse en un discurso literario frente al fascismo, mientras en su vida da alas a las actitudes más profundamente discriminatorias y represoras de aquel.