Julio Castro – La República Cultural
“¿Y vosotros, no queréis salir? Os roban la libertad y gritáis, pero no hacéis nada para remediarlo”. Una ventana, un jergón, una silla, un lavabo y un arcón… poco más. Es la celda de Camille con sus objetos, los que le quedan supervivientes de otra vida, en la que quiso hacer lo que deseaba, pero todo le fue prohibido, una mujer, otros tiempos. Las figuras van pasando por su vida de encierro, mientras ella en sus monólogos y soliloquios se reencuentra con la poca gente que la visita. O bien escribe sucesivas cartas a su reducido círculo de interlocutores, o de quienes ella piensa que lo son, desde su familia, que la ha encerrado en este manicomio de Montdevergues, hasta Rodin, con el que mantiene esa relación de amor-odio, por todo lo que él le ha robado, y por la forma en que ella entiende que la ha querido quitar de en medio para aprovecharse de sus ideas.
Jana Álvarez Pacheco, la autora de la dramaturgia y parte del texto, ha jugado dos bazas para su construcción, una es la de hablar del concepto de libertad visto con los ojos actuales y de la discriminación de la mujer (eso ya no sé si decir que con los ojos de hoy, porque igual las diferencias no son tantas) en tanto en cuanto asume que las motivaciones para encerrar al personaje de la historia viene motivado por su actitud y por su éxito. La otra baza es la de provocar al público con la vergüenza de no afrontar lo que se desea un siglo más tarde de lo que lo hiciera Camille. “Hay una guerra ¿lo sabías?”, dice muy al comienzo, y luego añade “¡no se juega con la libertad de los otros!”. Es curioso, porque ambos términos que se complementan en el contexto de la obra, son denuncias elementales para una sociedad justa, pero nada hace pensar que en nuestros días no tengamos que repetirlo a cada momento, y luchar por ello.
Camille habla con todo y con todos, pero en el fondo habla consigo misma, y escribe como puede y donde le dejan, y se escribe encima, pero además de su desesperación hay un lenguaje poético que reside en el centro de esa desesperanza provocada por la situación, que es casi una locura tardía que derivará en cierta ira, pero no deja de mirarse a sí misma y también, sin remedio, compadecerse “he sido una col roída por las orugas, cada vez que me crece una hoja, se la comen”.
Creo que nadie mejor para sacarle al personaje todo su partido, y para profundizar en la historia, darle sus motivaciones y comprender el significado de la intención de Jana, como Victoria Peinado. Lo comprenderá quien vaya a verla, y sea capaz de notar la dimensión del encierro y la soledad que la protagonista dibuja, porque es su espacio el que envuelve la historia a al público, y consigue sacar de él todo el partido que le ofrece. Un espacio que han adecuado para este trabajo en la sala de su estreno (La Puerta Estrecha), donde las paredes son parte del juego que nos proponen, y en ellas se impregna nuestra Camille, cuya vida transcurre en su mayor parte en ese espacio.
Para reconstruir esta historia se han utilizado textos originales, pero, sobre todo, y como hay cartas a las que no se pudo acceder, se han elaborado otros a partir del perfil que sus autoras han concebido desde el original. Más allá del realismo relativo a una vida que hoy ya no está para corroborar cada punto y cada coma, lo importante es comprender la idea de aquello que significó para tanta gente enterrada en vida por no cumplir con las normas de una sociedad autoritaria. O citando sus palabras, “hay que luchar siempre, en la vida y en el arte”.