Julio Castro – La República Cultural
Lo divertido de contar con un espacio equipado con medios es que te permite aplicarlos para ofrecer lo que quieres mostrar, y ocultar lo que quieres que el público imagine o aquello que quieres que le sugiera para ser desarrollado en su imaginación.
Y ocurre que estamos ante una propuesta que quiere potenciar la imaginación, porque así es como nos lo plantean Poliana Lima y Ugne Devaityte en su nueva idea, una pieza de alrededor de 50’ en la que nos proponen imaginar formas, como nubes que evolucionan, para ser capaces de imaginar danzas, como seres que se desarrollan.
Eso es lo que son, esto último, quiero decir, porque lo que comienza de manera estática, apenas moviéndose, creciendo en el fondo del horizonte del escenario, aumenta, como las nubes inocentes y ocultas, que desnudas se ofrecen al paisaje del amanecer, pero que luego, con el efecto de su entorno, van creciendo, aumentando en número para chocar, enfrentarse y desatar la tormenta.
Así es su medio: viento y espacio para crecer. Las artistas jugarán con el negro que oculta una parte de su cuerpo, pero que también augura tormenta, mientras hace volar el resto de su físico a un metro de altura. Y cuando se encuentran en la tormenta, chocan para transformarse. A partir de entonces ya no son nubes movidas por la intemperie, sino mujeres, seres de otra naturaleza, que comienzan a reconocerse.
Y si en un primer momento comienzan por reconocer su propio cuerpo, pronto necesitarán explorar el rostro ajeno (lo primero que encuentran y no reconocen como suyo), para aceptarlo… o rechazarlo.
El sonido electrónico acompaña, intercalado de largos momentos de silencio, que después irá haciéndose más con el movimiento. En un momento dado, la lucha y el encuentro se convierte en sincronía de movimiento, para terminar por unir su pensamiento. El encuentro final del movimiento lleva a la conjunción de las miradas, a la unión de los cuerpos. Finalmente sólo queda tapar al otro, callarlo.
Un hermoso recorrido el que nos ofrecen con esta pieza, muy diferente de otras propuestas que he podido ver previamente de cada una de ellas por separado, pero que mantiene el estilo de ambas, potenciado en la unión de la coreografía. Hay que resaltar la curiosidad de que Lituania y Brasil se hayan unido en Madrid, pero el resultado del trabajo que ejecutan indica que hay una compenetración más allá de la danza, y más cercana a la concepción de la misma.
Y si comenzaba diciendo que es una suerte contar con los medios, una suerte mayor es contar con quienes sepan diseñarlos y ejecutarlos, porque enriquecen lo que de otra manera se llevaría en ciertos momentos la atribución de trabajo plano, pero que acompañado de las luces y el sonido adecuado (a cargo de Sergio García y Pablo Sánchez), completan la riqueza de esta propuesta.