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Julio Castro – La República Cultural
Si hay un dramaturgo moderno del pueblo, ese fue el mexicano Oscar Liera, que en su breve vida supo buscar, mirar o, mejor, ver y encontrar, la manera en que el pueblo hace sus críticas, sus chanzas y ejecuta sus maneras de defenderse de los poderes que le oprimen. Y es que la diversidad del pueblo de los Estados de México se debate entre las tradiciones más clásicas arraigadas en los auténticos nativos de aquella tierra, el enorme mundo del mestizaje de toda guisa y cierto toque de élite que aún queda entre algunos descendientes de los invasores europeos. Todos ellos han conformado una compleja sociedad en continua lucha por el cambio, que se centraliza enormemente en su desmedida ciudad capitalina multiestatal, donde millones de ciudadanos viven la realidad de un mundo que se hunde cada día en el sedimento de la laguna que lo soporta, mientras unos intentan salvar los capiteles sobre los cimientos, y otros tratan de hacer lo que en el ’68 europeo, levantando los adoquines para encontrar la arena de la playa.
En este entorno (aunque sus raíces se hunden en Sinaloa), han cuajado las dramaturgias del gran autor, cuyo conocimiento debo agradecer a Lidio Caro, director a la cabeza de la compañía Artistas Y Punto que radica en Madrid desde hace años. Ahora nos sorprenden con la puesta en escena de Cúcara y Mácara, una brevísima dramaturgia del año 1981, estrenada ese año en Xalapa.
Aquí, la peculiar jocosidad de Liera nos llena el escenario con curas, obispos, cardenales y políticos, asaltando así, a modo de comedia, al poder y sus tortuosas relaciones entre los suelos patrios ministeriales de los gobiernos, y los santos suelos de otras sedes, que transitan aún por encima de aquellos que más directamente nos aprietan las tuercas.
Tenía una enorme curiosidad por ver cómo se defendía en escena esta propuesta a manos de la compañía, porque el texto es de una tremenda agilidad, así como de una gran brevedad, donde se corre el riesgo de ventilarlo sin pena ni gloria, aniquilando el objetivo del autor y su compromiso para con el público y la sociedad. Todo lo contrario. Una vez más, la compañía da sus frutos y consigue interesar a l@s espectador@s en un primer momento, desenrollar la alfombra mágica de la farsa que se plantea, acompañarnos a subir a su vehículo y hacernos volar riendo con ellos. Es una de aquellas comedias que hablan del desprecio hacia quienes la escuchan o la leen, pero que no encabrona hasta ser conscientes del conjunto de su realidad, sino que divierte y estructura el pensamiento al respecto sin alienar a nadie: aquí está este falso relato, analiza lo que te interesa.
La historia empieza hablando del frufrú de las sotanas, y de cómo ha ocurrido un execrable hecho que va a conmocionar a la iglesia del país en el que se desarrolla. De trasfondo está la historia de la aparición de una virgen, de la utilización de su icono y de la canonización de gentes para mantener la vigencia de algo que, de no mover lo que muere, sería la mejor sátira de la historia de la humanidad. Liera utiliza un lenguaje sencillo, local y directo, aunque nunca agresivo con el público ni con quienes no “comulgan” con sus ideas. Por su parte, la compañía ha actualizado algo el texto, aunque mantienen la esencia, pero contribuyen a incluir a sus nuev@s espectador@s, que lo ven a miles de kilómetros de donde se escribió. La crisis de valores sociales, el destrozo del sistema educativo obedeciendo a las jerarquías católicas, y una especie de Rouco que expresa abiertamente el deseo y la ilusión de una unión entre Iglesia y Estado “aunque sólo sea por un momento”, reubican el desarrollo de comienzo a fin.
Cuentan en la recopilación de las dramaturgias de Liera (publicadas en Fondo de Cultura Económica el año 2008), que la compañía de La Infantería Teatral de la Universidad Veracruzana, unos meses después de su estreno, sufrió una gran agresión física por parte de unos exaltados, al grito de “¡Guadalupanos!”, cuando la representaban en la UNAM, en la Ciudad de México. Lo sorprendente es que gente fanática de ese tipo sea capaz siquiera de comprender la parodia que se hace respecto de las supercherías de la iglesia católica, y que no puedan darse cuenta de cómo se les utiliza, así que soy más dado a pensar en quienes desean mantener sus prebendas y envían a ignominiosos ignorantes a cometer estas fechorías.
También ha sabido la dirección de esta puesta en escena, disciplinar perfectamente a los clérigos, en una actuación como si fueran militares (recordemos la mano de los jesuitas en el texto de la aparición de la virgen de Guadalupe). Aquí la imagen de la virgen del Siquitibum, aparecida a unas pastorcillas ha sido profanada, y eso dará pie a toda la tragicomedia que vamos a presenciar. Curiosamente, Cúcara y Mácara, cuyos nombres encabezan la obra, precisamente no aparecerán nunca, son las santas que acogieron la aparición, pero el clero está representado en todos sus niveles, de palabra y de obra. De manera que, si en el texto denuncia la manipulación del clero para convertir iconos en herramientas de uso común en el control del pueblo, o incluso, la “desacralización” de cualquier tipo de idea a manos de quienes poseen el poder, en este detalle, igual que con el de las dos monjas que quieren ser partícipes de la tragedia una y otra vez, está mostrando la cara machista y discriminadora del clero y de “Su Sapiencia”.
Por su parte, en el trabajo se ha sabido mantener el lenguaje original en cuanto a sus expresiones, y el sabor del texto del autor, así que de nuevo se tiende un puente al otro lado del Atlántico, con aquellas cosas que nos unen, como ciudadan@s y como receptores o partícipes de una cultura internacional que nos hace vivirla en común.
En cuanto al trabajo actoral, es uno de esos casos en los que podemos encontrar una propuesta tan participativa en la ejecución, que aún habiendo actores con papeles más protagónicos que otros, se establece un equilibrio entre ellos que logra un resultado común, más que un “mejor o peor” en las aportaciones.
Hace más de veinte años crucé el charco por primera vez, y aterricé en medio del mar de habitáculos y calles en el que se sumerge el avión cuando llega a aquella inmensa ciudad en el D.F. Me parecía increíble lo inabarcable de la capital mexicana, y realmente es ejemplo de lo inalcanzable que es el conjunto del país, aún teniendo varias vidas. Allí un amigo al que ya perdí la pista, me contaba de cómo las monjas y los curas no habían sido muy bien vistos en el México post revolucionario, pero que en esa época eran más tolerados. Seguramente hablaba más del centro del país, que de lugares menores, o ciudades periféricas, donde la posibilidad del caciquismo es mucho mayor, y el poder político no renuncia a las armas de control de la población, como son las creencias religiosas y todo tipo de misticismo mezclado en una gran iglesia. La realidad social se vuelca en los textos de este autor, y la compañía ha traído, como digo, otros textos suyos: Dulces compañías, que estrenaron en 2010, y El camino rojo a Sabaiba, que también se estrenó en Madrid en 2012.
Pero Artistas Y Punto ha tenido un recorrido mucho más largo e intenso, ya que desde su fundación el año 1993, ha pasado por distintas etapas, y desde el año 2006 se vuelca en mostrar las dramaturgias de actores mexicanos vivos o recientes, como David Olguín (Siberia) o Gibrán Portela (Forjados al frío) pero en el camino tampoco deja de lado la posibilidad de mostrar otros como Gao Xingjian, en La huída, eso sí, traducida por el poeta hispano-mexicano Gerardo Deniz, como tampoco han dejado de explorar los trabajos para niñ@s, como el caso de La fórmula del doctor Funes (adaptado a partir de un relato de Francisco Hinojosa) o Morritz y el pequeño Mons (de Maribel Carrasco). Pero sin duda, el encaje que ha hecho la compañía con los textos de Óscar Liera, son la mejor experiencia que pueden transmitir de su teatro de autores mexicanos, y confío en que lleguen a “agotar” sus dramaturgias, porque han sabido captar y transmitir su genialidad.
