Julio Castro – La República Cultural
Cuando parece que Jota Linares va a conducir su obra hacia una “road movie”, acabamos de encontrarnos en una historia de pareja, de introspección en los sentimientos y en la dificultad de las relaciones. Sin embargo, y aunque la adaptación al teatro es evidente, también hay una evidencia de los formatos cinematográficos del autor y director, en los que quiere mostrar todo lo que una cámara es capaz de captar a través de su objetivo en pocas secuencias. Por eso ha tenido que hacer una intensa tarea de adaptación, que hace que la puesta en escena siga viva y progresando.
Los personajes y su historia, sin embargo, entran en un bucle vital del que tratan de salir en tiempos no sincrónicos, de manera que la relación que parece surgir de un encuentro fresco, acaba aquejándose de sus dolencias originales, de las enfermedades que cada uno de ellos aportaba.
Celia es actriz y viaja hacia el Norte, mientras que Santi quiere ser escritor y trata de llegar al Sur. Ella es Reme Gómez, tiene una gran presencia en escena, me parece una excelente actriz que absorbe a su personaje cuya vitalidad no deja de internalizar los problemas del otro, y Linares la ha diseñado de forma que tiene el don de la sinceridad en pocos términos. Por eso puede describir quién es cada cual en un simple juego de posicionamientos: el Sur está a seis horas como mucho “ahí se acaba el viaje, si vas hacia el Norte, siempre hay tierra por delante”. Ambos huyen, pero la huida de Santi es una huida pacata, gris, falsa, con miedo a perderse, mientras que la de ella es una entrega absoluta a lo que hace. Así se producirá la relación entre ambos.
Se ha querido marcar la diferencia entre ambos, también en la edad, de manera que quien marca la experiencia es Celia, en tanto que el mucho más joven Santi, que aquí es Eduardo Ferrés, debiera aprender de ella. No voy a decir cuánta es la diferencia, pero sí que se nota en la madurez escénica, como es inevitable, porque igual que el personaje en su nacimiento, el camino está por hacer y eso es lo importante.
Los errores de Santi son comunes, y aunque el actor hace que acabe llegando a acercar la pasión al público, no hay vida para un ser que se endiosa en la fama, pervirtiendo las relaciones más íntimas.
La dirección de la obra pone el foco principal en el protagonista masculino, forzando a la actriz a chocar, muchas veces de espaldas al público en sus diálogos, contra el muro de la indiferencia del otro, en tanto que nos fuerzan a mirar al responsable de la deriva de la relación. Y por eso digo que Reme supera en presencia, porque acaba por pasar sobre el personaje para desembocar en un estupendo monólogo hacia el final.
La contraparte, el personaje de Santi, es un ser desbordado que apenas se abre en un momento, para cerrarse como una concha que nunca será capaz de reconocer sus deseos reales, sus miedos en la relación con su pareja o con su amigo, ni encuentra la sinceridad consigo mismo. Ya al inicio demuestra cómo es, arrojando con rencor sobre Celia sus propios miedos “estás huyendo hacia el norte sólo porque así no puedes detenerte así que algo falla en tus ganas de todo y eso te da miedo, estás acojonada, diría yo, porque no estás tan viva como piensas”. Todo ello sin dejar de lado las dependencias que arrastra desde antes, y que transformará sin abandonar las anteriores.
En medio de la tragedia, muchos momentos dulces, agridulces y esenciales, como promete su título, pero, sobre todo, una crítica feroz e intencionadamente incluida, sobre atávicos fascistas de nuestra sociedad, que aún persiguen a todos los que pueden ser diferentes, o a quienes no comprenden, ya sea en la diferencia de opinión, en las libertades sexuales o en el confrontamiento ideológico. De eso trata la obra y de eso habla el personaje de Santi, de los miedos, y lo expone en los diálogos en off, o en oscuro, pero aunque trata de afrontarlos, es Celia la que quiere resolverlos.
“Cuando se le tiene miedo a un libro, a una canción, a una película, a lo que sea … es que las cosas no van bien”, explica en su diálogo. Hay un cierto paralelismo con una sociedad en la que hemos ocultado la ausencia de justicia, en la convicción, por parte de algunas personas, de que todo se olvidaría y así estaría superada la historia, cuando evitar los problemas no es una terapia válida. Si no somos capaces de transferir las soluciones a nosotros mismos ¿cómo curaremos las heridas que se abrieron en nuestro entorno? Ahí hay un gran debate. Aunque Jota Linares ha querido dejar un pequeño gran resquicio a la comprensión hacia las personas, que muestra en su disertación sobre la definición de “huida”.