Julio Castro – La República Cultural
Un camino de baldosas amarillas conduce hasta un columpio en el centro del escenario, desde él, los sueños de nuestro personaje pueden tratar de balancearse hasta una bandada de pájaros que sobrevuela su imaginación y se proyecta sobre el fondo. “¿Cómo me curo de mí sin ti?” se pregunta en un momento dado.
Este largo texto poético-dramático de Angélica Briseño conduce al espectador a través de los sueños y ansiedades de la enfermedad de su protagonista, que se encuentra enfrentada al personaje de un imaginado sanador. Éste, por su parte, pretende conocer e indagar en los motivos y las pautas más profundas de la enfermedad, a fin de conocer el secreto de la salud y de la vida.
Tal vez los propios pájaros sean el símil de esa vida o de esos sueños al agitarse.
Angélica ha construido un hermoso y trágico texto, que dirige Gabriel Molina, y en el que comparte su protagonismo con Antonio Carrera. A través de él, dividen cuerpo y alma de su personaje, poniendo en evidencia a un ser que enferma en los lugares en los que se fisura entre ambos elementos, y nos habla entonces de “un paisaje roto por la mitad, por donde se cuela una oscura luz”.
Entre la enfermedad y la belleza salpicada de terrible realidad, transcurre este discurso, al que le insta el personaje que se desliza tras ella o a su alrededor. Aún así, el personaje de Angélica es capaz de salir de su hipnosis o ensimismamiento, para traer algo de humor al público, enfrentando también al de Antonio con reproches propios del matrimonio, y haciendo imaginar si su locura causa de ese insomnio, intenta reconstruir el origen de una relación o de un amor perdido en la costumbre y la rutina.
Como sea, en el desarrollo de su situación, deja caer una afirmación que une o separa de nuevo ambos elementos: “cuando el cuerpo no puede más se tumba, pero al alma no se la puede tumbar, porque se pudre”.
En ciertos momentos la autora nos trae elementos del realismo mágico de cierto teatro mexicano, dejando al espectador que descubra su propio “yo” a partir de la poesía que contiene ese universo irreal, y que contrasta la investigación con las recetas para alcanzar los 95 años: “saber perder, saber perdonar, saber olvidar”.
De esta forma se hace avanzar el desarrollo de manera circular, para que el público logre tomar conciencia de una situación diagnosticada, cuyo pronóstico se hacer recordar en algún momento por parte de quien la investiga más que tratarla. Entre sombras y contraluces, la compañía construye una serie de imágenes plásticas que contrastan en viveza con la evolución del hilo argumental, pero que apoyan el trayecto en el que el investigador se cobra la vida del personaje principal, convirtiéndose en enfermo de sí mismo.
Los montajes anteriores de la compañía Chien Lunatique (Un retrato de Los Bobrek, Mapple Dreams), siendo texto de la propia Angélica Briseño, contaban con un largo elenco, aunque en esta ocasión ha cedido a la reducción a un modo más intimista, en el que ella es protagonista, de manera que deja la dirección en manos de Gabriel Molina, para dar paso a un formato diferente de lo anteriormente visto.