Julio Castro – La República Cultural
Aina ha roto a distancia con su pareja, porque ha descubierto que la engañaba. En realidad, sus amigos Oscar y Laia, que se meten en todo y la manipulan a su antojo, han sido quienes se han encargado de forzarla a romper. Aprovechando la situación, y con la excusa de no dejarla sola, invitan a su nuevo amigo Marcos para cenar los cuatro en casa de Aina.
El argumento juega a la impostura de una historia de enredo entre amigos, a la vez que Marcos, el hombre con gafas de pasta, se aprovecha para jugar la suya propia. De manera que entrevemos unos papeles distintos entre los principales protagonistas (Aina y Marcos), que son justo los polos opuestos. Y si ella quiere ser escritora, él pretende serlo. Al igual que cuando ella desvela sentimientos, él falsea su propia realidad.
Así las cosas, todo desembocará en algo completamente inesperado: una historia de terror. Lo cierto es que apenas sabía nada acerca del argumento cuando me propusieron asistir a la función, pero, sea como fuere, ciertamente consiguen el efecto que desean: inquietar y sorprender al público.
Un argumento muy al estilo Hitchcock desprende un aroma entre lo más fresco y aquellos clásicos que obligan a dar al menos un bote en la silla (y todo el mundo lo da), sin necesidad de ser el momento cumbre de la obra. En ese sentido (salvo un pequeño pasaje en que el argumento deja cierta confusión hacia la mitad) también me parece muy bien construida, ya que sin demasiado efectismo, la acción va creciendo hasta el final, que no imaginamos a ciencia cierta cuál pueda ser hasta los últimos momentos.
El elenco hace un trabajo fantástico, porque dan todo justo en los momentos justos a lo largo de la obra, y si es preciso señalar, en especial José Luis Alcobendas e Inge Martín. A través de estos dos se establece un duelo entre escritores, o, mejor aún, por ver quien escribe y quien no, salvo por que las normas son duras: él un manipulador de mentes, ella una mujer capaz de descubrirle aunque apostada tras una timidez e inutilidad impuesta por su entorno. El matrimonio amigo jugará la partida de la confusión sin saberlo.
Sin entrar en finales, sí es precisa la cita de Thomas Mann: “El escritor es aquel al que escribir le resulta más difícil que a las demás personas”. Al parecer, aquí están para demostrarlo.