Julio Castro – La República Cultural
No sé si es justo el momento, si lleva siéndolo desde hace tiempo, desde siempre. Pero el texto de Koltés remueve todo, consciente e inconsciente, es un monólogo brutalmente real, en el que las frases van saliendo lanzadas hacia el aire como flechas que nadie sabe dónde caerán, pero ahí van a quedar clavadas.
Este texto, que ahora afronta José Gonçalo País, dirigido por César Barló, es complicado, duro, y sin embargo necesario. Un hombre, extranjero, no lo niega, lo subraya en ciertos momentos, se acerca a una persona por la calle, cualquiera. Lo importante no es pedir fuego, o sí, o tal vez pedirle un café o un rato en su habitación para descansar unos minutos de la lluvia y de la calle. Todo son subterfugios, porque su necesidad auténtica es la de hablar con alguien, a alguien.
Estamos ante un luchador en apariencia, que no deja de tener ciertos deseos comunes a la mayoría de la gente, pero que fluyen de otra forma, en un orden distinto. Tal vez porque está lejos de su tierra y se le ha hecho notar ajeno. Tal vez porque lleva tanto tiempo entre nosotros, trabajando, en intersección con nuestro espacio y nuestras vidas, que no entiende por qué es diferente, o si queda algo de sus orígenes, porque, realmente, enfrenta las mismas mierdas que nosotros, las denuncia igual, le oprimen por igual, pero, pasado el momento, le miramos diferente.
Sin embargo no se rinde, “ese grupo de hijos de puta, tecnócratas que deciden desde arriba”, denuncia a su interlocutor, un ser imaginario, mientras le retiene en la calle para hacerse escuchar. No, para compartir un momento de comprensión. Y se enfrenta desde su posición al poder establecido, a quienes enmarcan todo en un formato inútil. Para éste personaje, lo que no sirve es artificial y busca algo autçentico a su modo de ver.
César Barló nos dispone en un escenario urbano, apenas con algunos detalles como una línea de tráfico en medio de la vía definen el lugar nocturno en el que se encuentra su protagonista, mientras nos enfrenta a nosotr@s mism@s, con una hilera de grandes espejos imposibles de evitar o ignorar. Unos espejos que deforman a quien los mira, transforma nuestro aspecto al otro lado de este extranjero, dejando apenas una caricatura emborronada y nada definida. Éstos, inmóviles, jugarán un papel complementario (aunque estático), al de una pequeña videocámara más móvil, que le proyecta a él, engrandecido y también, por qué no, deformado en su manera de mostrarse al otro extremo de la sala: nadie somos quienes creemos o pretendemos ser.
Habla de todo, del trabajo, de las mujeres, de su encuentro con mujeres que no quiere encontrar, o de la manera de seguir a la que sí desea… del fraude de lograr lo que se persigue, una vez que se tiene. Del trabajo, y de cómo el poder te hace trasladarte para buscar un empleo fuera de tu lugar de origen, a fin de lograr tenerte callado y controlado: una curiosa cadena de acoso y control. No utiliza un lenguaje rebuscado ni delicado, sino que llama a las cosas por su nombre. Se denomina a sí mismo El Ejecutor, quién sabe si esto hoy día en Twitter le valdría acabar en la cárcel "por si acaso".
He visto a José en otros varios papeles, pero creo que este es suyo, me parece que es un diseño que él logra llenar completamente, desarrollando a su personaje. Logra la tensión y consigue que el texto sea una línea de soporte sobre la que viaja el mensaje que soporta toda su acción. También me parece que la conjunción de director y actor ha dado lugar al mejor trabajo que he visto de ambos. Un texto para recordar que, sin duda, se irá con el público a su casa durante días.