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Julio Castro – La República Cultural
Raúl Tejón ha logrado mantener el espíritu de los personajes del Chéjov original, tanto de las ideas, como de las relaciones entre los niveles sociales, sus enfrentamientos y las dependencias que se generan, siempre entorno a la casa familiar y el bien más preciado: el huerto de guindos.
Andrea regresa con Ania a la casa familiar desde París, donde ha permanecido unos años, huyendo de la muerte de su hijo pequeño Guillermo. Allí le aguarda López, que fuera capataz de las fincas familiares, y que ha ido a esperarla; la hija adoptiva Valeria, su hermano Jaime, un inútil que sólo ha sabido gastarse en dinero en apuestas jugando al billar. El mayordomo Fer, que hará de introductor y de enlace en ciertos momentos a través de su papel, pero también con la marcada dualidad que antes comentaba de resquemor y dependencia. Dunia, la doncella de la casa, que no es capaz de decidir su vida allí ni fuera de allí. Tomás, el desgraciado aparejador que no ve más que desgracias en su vida, y que otros se lo hacen notar, razón por la que no se decide a declararse a la anterior. Ania la acompaña, pero a ambas, además, les espera el rencor de los recuerdos, y una situación presente de ruina, de la cual no pueden salir salvo que talen y parcelen el huerto, como les propone López.
El texto, la intención y sus personajes
Los nombres, adaptados a la pronunciación o a algo más próximo a nuestra sociedad, facilitarán a mucho público la línea argumental, pero además, se han reorganizado los personajes, a fin de que quepan en las dos estancias en las que se mueve la escenografía: la habitación y el salón de la casa.
Los diálogos han sido reforzados, cosa muy difícil de hacer con Chéjov, de manera que la dirección que se lleva a cabo señala claramente hacia el conflicto, que en el original parece más larvado, más sibilino, pero que aquí, sin perder el espíritu aquel, muestra la evolución de una sociedad más muerta que cansada, que enfrenta a los pobres con los ricos o, más bien, con el poder de clases establecido.
En esta línea, Fer (Firs en el original) afirma “Antes, los señores tenían a los campesinos y los campesinos a los señores. Ahora todo está revuelto y no hay nadie que lo entienda, los ricos se han hecho más ricos, pero los pobres más pobres. Y están solos”. Es cierto que Chéjov sintetiza en dos líneas las relaciones de sus “mujiks” con los “señores”, en un personaje igual de inocente, pero quizá más naif, en tanto que ahora, sin resolver nada que no se resuelva en la obra, recoge el tipo de relación al que me refería anteriormente.
De la misma manera, Pedro (Piotr en el original), el profesor y eterno estudiante universitario, con un carácter más amargado frente a la vida, como si supiera lo que espera a un futuro de enfrentamiento social sin remedio, afirma ante su amante Ania “no adoptamos una actitud definida hacia nuestro pasado, nos limitamos a filosofar…”. Este sí es el personaje del autor tal cual lo plasma en el original, aunque tal vez aquí, papel e intérprete logren darle una clara esperanza de salida futura. Un futuro que visto al paso de los años, resulta evidente, pero que en el momento del autor, que moriría poco después de acabar y ver el estreno de su obra, no podía ser nada obvio salvo en la visión de aquella sociedad absurda.
El doblez social y la pérdida de la oportunidad
Nadie habla de la boda entre Valeria (Varia par Chéjov) y López (Lopajin en el original), por eso, cada vez que hay un intento de declararse por parte de él, se producen espacios en blanco. Ante el pasmo de la madre, Andrea (Liubov Adreevna en el texto original), ella le espeta “¡no voy a declararme yo!”.
Estamos seguramente ante el límite de oportunidades en las que la riqueza de un “advenedizo” proletario que ha jugado bien sus cartas, no logra o no quiere salvar a la parte de la nobleza zarista. Y parece obvio que el autor nos señala esa ruptura con un abismo inerte que implica un enfrentamiento futuro: una guerra para el cambio del que ya advierte Pedro, el estudiante, hacia el final.
El elenco, los personajes y su capacidad transformadora
Sinceramente, salgo abrumado de la función, porque hace tiempo que no veo trabajos de tanta calidad, no sólo en la idea, sino en el conjunto de la compañía. La forma de asumir los papeles, sin dejar que la proximidad del público les mediatice (estamos entorno a ell@s a menos de un metro, porque se estrena en La Casa de la Portera de Madrid), me parece que justifica la veracidad con que han desarrollado internamente su personaje. Han creado una maquinaria colectiva a través de la cual construyen de verdad ese caserón familiar ruinoso, o la familia con sus mezquindades y su entorno pobre de espíritu, fruto de la influencia familiar.
Sean los cambios por medio de los cuales se ve cómo crece Consuelo Trujillo en el papel de Andrea, o el unineuronal que quiere mostrar Germán Torres como Jaime, hermano de la anterior, y que logra mantener en el mismo registro sin hacerlo plano. Sean las dos facetas que desarrolla Sabrina Praga, de Ania, hija sacrificada frente al de amante que aparta a la hermana adoptiva de su camino. O la propia Raquel Pérez, en ese personaje de Valeria, deseando lograr su matrimonio a la vez que trata de limitar la felicidad de su hermana Ania. Por supuesto, López, es decir Nacho Fresneda, en su ansiedad y en su exasperación. Alicia González, la eterna indecisa, anulada en una vida que no le corresponde, pero que tan sólo es capaz de apreciar en los demás. El estudiante al que otorga su inconformismo tan intenso Carles Francino, y que logra ofrecer una lección con la amargura justa a quien sale de su concepto de pueblo, pero que no se ajusta a la teoría. Y por fin, David González, que da el toque clown en su personaje, ya sea para lo cómico, ya sea para lo trágico, y Felipe García Vélez, que los aúna y los conduce, en su aparentemente resignado papel, que realmente ignora al resto.
Todos consiguen mantener siempre arriba el nivel, ya sea en los textos, en la acción física o en los cambios, porque no hay ni una sola transición forzada. Y no sólo eso, sino que se ha atendido a cada pequeño detalle del original, sea para mantenerlo, sea para transformarlo en este realismo con el que nos regala Raúl Tejón y la compañía su enorme trabajo. Desde mi punto de vista hay un hilo de conexión muy claro con el gran trabajo de Iván-Off que nos ofreció la dirección y versión de José Martret en el mismo espacio, y en el que trabajó Tejón, pero también es clara una impronta nueva que lleva a una factura diferente.
Esta obra de Chéjov, muy cercana al estilo de Tío Vania o al de La gaviota, gira entorno al mismo tema expositivo, y a un estilo en el que aparentemente nada avanza, nada ocurre. Lo complicado era hacer que el dinamismo cunda, cuando permanecía soterrado, y ese es uno de los grandes logros de esta puesta en escena, porque más que aproximar al autor hacia el público actual, conseguirá acercar al público hacia Chéjov y eso, además de ser difícil, es una deuda de nuestro tiempo y del teatro.
