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ISSN 2174 - 4092

Memorias de un loco, de Gustave Flaubert - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

¿Qué tipo de prosa tenía un alma de 17 años poéticos en los comienzos del siglo XIX? ¿A qué se dedicaba un alma de turbulencias adolescentes en su tiempo libre? A escribir con febril necesidad y enroscarse en un torbellino de sueños, muchos de ellos húmedos (veladamente discretos como corresponde a la época) de amor, amor, amor. Sangre que late como en una eterna primavera, la del joven Gustave Flaubert. Se nos hace harto extraño imaginar a los genios de las artes, las letras y las ciencias en su etapa más juvenil, en sus niñerías. Pareciera que nacieron siempre adultos, así, con calva, larga barba, arrugas, o quizá desdentados. Aristóteles, Galiei, Cervantes, Borges, Dante, Einstein, Whitman, Rouseau, Tolstoi,…y tantos, y Flaubert, que sentó las bases de la novela moderna con "Madame Bovary", por la que escandalizó a la sociedad de entonces, 1857, y obra por la cual sufrió un proceso del que salió absuelto.

Memorias de un loco, de Gustave Flaubert

Gustave Flaubert
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Gustave Flaubert

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DATOS RELACIONADOS

Título: Memorias de un loco (Mémoires d´un fou)
Editorial: Libros del Zorzal
Traducción: Alejandrina Falcón
Páginas: 89
Precio: 13 €

Blanca Vázquez - La República Cultural

¿Qué tipo de prosa tenía un alma de 17 años poéticos en los comienzos del siglo XIX? ¿A qué se dedicaba un alma de turbulencias adolescentes en su tiempo libre? A escribir con febril necesidad y enroscarse en un torbellino de sueños, muchos de ellos húmedos (veladamente discretos como corresponde a la época) de amor, amor, amor. Sangre que late como en una eterna primavera, la del joven Gustave Flaubert.

Se nos hace harto extraño imaginar a los genios de las artes, las letras y las ciencias en su etapa más juvenil, en sus niñerías. Pareciera que nacieron siempre adultos, así, con calva, larga barba, arrugas, o quizá desdentados. Aristóteles, Galiei, Cervantes, Borges, Dante, Einstein, Whitman, Rouseau, Tolstoi,…y tantos, y Flaubert, que sentó las bases de la novela moderna con "Madame Bovary", por la que escandalizó a la sociedad de entonces, 1857, y obra por la cual sufrió un proceso del que salió absuelto. Pero Gustave Flaubert fue también un adolescente ardiente, febril, de hecho como lo habrán sido todos los nombrados más arriba. Un joven loco, como él mismo se define en estas Memorias de un loco.

Pero no solo de amor habla Flaubert en estas memorias mínimas. Arremete contra casi todo, propio de un rebelde con o sin causa. Y lo hace con una prosa precursora de las grandes obras, la gran obra que compuso más tarde, siendo obvio que el autor las llevaba muy dentro. Al fin y a la postre, “Bovary soy yo”, dejó dicho bien claro. Resulta más que increíble que un chaval de 17 años disponga de una prosa tan madura, tan surtida de vocabulario y giros cromáticos propios de un escritor con años de experiencia. Estamos, pues, ante un libro sorprendente tanto por su contenido como por su discurso lingüístico (tal vez un extremo amanerado de adornos, juvenil al fin y al cabo con su acné mental), en el que el ensoñador que era Flaubert ha volcado un mar de dudas existenciales y enemistades varias, con el hombre, por ejemplo.

Reflexiones de un púber decimonónico estaría mejor decir. Disquisiciones sueltas aquí y allá, entre las cuales introduce una pequeña historieta de amor personal ocurrida en un balneario, más imaginada que cierta, y sus cuitas de los primeros pasos tonteando con las faldas. Pero esto es como una pequeña excusa para el resto, dar rienda suelta a un inconformismo (efervescente hormonal) con casi todo su entorno, “…Me reía con amargura de mí mismo, tan joven, tan hastiado de la vida, del amor, de la gloria, de Dios, de todo lo que es, de todo lo que puede ser. Sin embargo, sentí un terror natural antes de abrazar esta fe en la nada; el borde del precipicio, cerré los ojos y me dejé caer en él.”

Procazmente se describe sin titubeos como “soñador, despreocupado, de temperamento independiente y mordaz. Despreciativo con sus semejantes: ¿Qué será entonces del hombre, que de por sí es bastante más feroz que las fieras y más vil que los reptiles?. Flaubert se explaya hablando, se suelta con resentimiento, aunque con buenas dosis de ironía y humor, cierto sarcasmo y mucha teatralidad. Arremete contra la religión, las mujeres, la burguesía, la educación, la libertad del hombre, su alma o el amor. Es un verdadero torbellino.

No podría faltar ese deleite, ese éxtasis de eyaculación precoz ante la visión de los primeros pechos desnudos. Casi un trauma. Con tal visión entra en la experiencia del amor: A los catorce o quince años, amor a una joven que llega a nuestra casa -un poco más que una hermana, menos que una amante-; luego, a los dieciséis, amor a otra mujer hasta los veinticinco; luego, amamos quizá a la mujer con quien nos casaremos. Cinco años más tarde, se ama a la bailarina que hace saltar su vestido de gasa sobre los muslos carnosos; por último, a los treinta y seis, amor a la diputación, a la especulación, a los honores; a los cincuenta , se aman las cenas que da el ministro o el alcalde, a los sesenta, se ama a la prostituta que nos llama a través de los vidrios y hacia la cual dirigimos una mirada de impotencia, un lamento hacia el pasado.
Gustave Flaubert se hecha una llorera, y nosotros buenos lectores, ponemos el hombro. Un estupendo librito para llevarse al mar, al que el autor dedica unas cuentas páginas que recuerdan, por momentos, la voluptuosidad de “Muerte en Venecia” de Thomas Mann.

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