Julio Castro – La República Cultural
Una mesa con una tabla ouija, un tarot, unas velas, las habitaciones a media luz… “¿Qué enfermedad es comparable al alcohol?” pregunta Carmen Mayordomo en medio de uno de los relatos, mientras sirve un licor al público, y lo va repartiendo parsimoniosamente, sin dejar de lado su relato, acompañado de sus pastas. Todo el ambiente y el ropaje que visten tanto ella, como Pilar Massa, creadora de estas narraciones ambientadas en un entorno tétrico y envolvente, respiran el aire asfixiante de Poe, sin duda, un conjunto de características poco tangibles por sí mismas, pero que están en el lugar y en su puesta en escena, que obedecen al mago del gótico, al mago negro por excelencia.
La obra creada por Pilar parece surgir de entre las costura de ambas actrices, o de los acolchados y los cuadros del lugar donde se estrena: La Casa de la Portera, porque es una gran idea su puesta en escena en este espacio, pero no todo está en el lugar, sino en la manera de recrear al autor a través de estos tres cuentos en los que el público se separa y se junta en distintos momentos. Edgar Allan Poe no es un escritor de terror, tampoco sé si lo describiría como de miedo, pero siempre, desde que hace más de treinta años leí los primeros relatos que cayeron en mis manos, lo he tenido como inquietante y desconcertante. Es realmente atrayente para mí, como le ocurre a tanta gente, ese mundo creado a partir de él, más que por su propia vida, que se debate entre los vivos y los muertos, que sale, como en este caso, a través de las grietas de madera del suelo para acusar, como ese ojo del buitre que relatan a su público en El corazón delator, o retornando de forma recurrente, como en el caso de Plutón, El gato negro. “Lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo”, dice la voz de Carmen, mientras en ese momento, de su tarot, sale la carta del ahorcado.
Si los dos primeros, relatados de forma independiente por las actrices, sitúan al público desde el primer momento en ese entorno oscuro, poco creíble fuera de allí, pero tan real en esos instantes, el tercero, Berenice, relatado e interpretado a coro, que parece divagar en los primeros momentos, “¡Los dientes! ¡Los dientes! Estaban aquí y allí y en todas partes, visibles y palpables, ante mí; largos, estrechos, blanquísimos, con los pálidos labios contrayéndose a su alrededor, como en el momento mismo en que habían empezado a distenderse”. Cómo un punto de cita casual, los dientes, acaban por convertirse en pesadilla de relato que te hace desplazar el núcleo de la acción a un solo objeto, poco importante, pero que marca al protagonista y a quienes estamos allí.
Los tres textos son muy interesantes, pero, sobre todo, son ellas a la hora de relatar, de generar las imágenes en contraste con las pequeñas luces, la manera de desplazarse como flotando bajo sus enormes vestidos y faldones negros, que deben hacerles morir de calor en su interior sin cambiar la mínima expresión, pero transmitiendo esa intensidad a quienes escuchan y comparten espacio. En concreto, el tercero, a dúo, a coro, recoge el efecto final demostrando que el autor, además de literatura o cine, también es teatro, y que ellas son capaces de recogerlo. Y si alguien piensa que va a asistir a un mero cuentacuentos, que se prepare para mucho más.
Esperaba encontrarme con un público nocturno, proveniente del mundo gótico, que estaría bien a gusto en este entorno pero, o han muerto del todo, o no les ha llegado noticia de la representación de su maestro.