Julio Castro – La República Cultural
Hamlet nos arroja su monólogo en el inglés de Shakespeare, endosando un largo abrigo de plumas. Ofelia ya no es buena, y regresa tras ahogarse para entregar por fin su virginidad a quien no la aprovechó. Jasón aprendió a leer con los libros de micro y macroeconomía, y sueña con llegar a tener su propia empresa, mientras despotrica de Medea, que preñadísima grita en una cama y, según él, trata de que le despidan. Gertrude, madre de Hamlet, explica su propio análisis de la relación de su hijo hacia ella, sentada en el retrete mientras orina, pero su hijo saca los vestidos de Chanel de ella para donarlos a una ONG católica. “¡Me siento envejecer con tanta lucha dialéctica!”, se lamenta Gertrude.
No hemos enloquecido, es un magnífico texto de María Velasco, que Inés Piñole se ha encargado de llevar a escena con Kike Guaza (Hamlet), Laura Aparicio (Gertrude), Mabel del Pozo (Medea), Teresa Soria Ruano (Ofelia) y Joseba Priego (Jasón) -y en origen también Diana Lázaro y Paco Manzanedo-.
Creo que junto a Perros en danza y Lorca al vacío, es la mejor propuesta que conozco de la dramaturga, que en este caso coincide con una visión de la puesta en escena que la directora ha querido proporcionara a partir de su creatividad.
Juntar (que no enfrentar) a dos personajes como Medea y Hamlet parece la base de un absurdo que no puede tener buen fin, pero es que en este caso son meras herramientas para desvelar problemas de relación en una sociedad que no es capaz de comprenderse a sí misma, salvo por medio de los enfrentamientos con los demás. Vienen a hacer una disección de las dos mentalidades, la del hijo abrumado por la relación de una madre que apenas quiere tener su propia vida libre y plena de sexualidad, mientras que en el otro lado, Medea quiere lograr esa relación con Jasón, que no es capaz de proporcionársela, pese a su increíble manera de ofrecerse a él. En cierto modo, Ofelia es un daño colateral que, directamente, no logra ni estar en la parrilla de salida, pero que desea volver a tener su oportunidad, de manera que su ahogamiento será como una broma casera: en una pecera para de cien litros de agua.
Lo fundamental viene a ser el análisis de los personajes a través de sus propios diálogos, de la forma en que se enfrentan entre sí y a sí mism@s, para terminar viendo cómo el nudo está en ver a la madre como otra cosa, a través del encuentro de Hamlet con Medea. Entre tanto, todo se cruza, pero discurre en sentido paralelo, ya sea en las historias, ya sea en los diálogos, o en la puesta en escena.
Los personajes se han puesto al día, viven momentos de hoy, manteniendo su historia pasada, y esta es una de las cuestiones más complicadas a la hora de enganchar al público, sin que parezca que se parchean los originales, pero que María sabe hacer muy bien, para lograr que cualquier público pueda entrar a la escena, sin preocuparse de cuál es el original y cuál su papel actualizado. También es esta una de las cuestiones que Inés ha sabido encajar mejor, para engranar los personajes entre sí, y construir el espacio y el tiempo de su puesta en escena.
La obra contiene crítica, denuncia, pone en evidencia lo que no funciona pasado el tiempo, incluso Jasón se marca desde su posición de analista económico, una puya contra la inmovilidad de la supuesta izquierda, en tanto que encontramos a un Hamlet pijo enganchado a un teléfono móvil de última generación.
En uno de los momentos álgidos, la parte que viene gestándose que es la reclamación del papel de mujer en la sociedad (siempre tan presente en los trabajos de María), Medea hace un monólogo propio “yo soy Medea, el Foro de la familia me manda cordones umbilicales por correo certificado…”. En esta línea están los personajes femeninos de la obra, pero el de la hija del rey de la Cólquida es el más salvaje y macarra (como debe corresponder a su personaje en el mito). En cambio, el de Gertrude es más vulgar, de pura reina de clase alta (pero local), que ejerce más de madre y mujer corriente que de monarca consorte. Por su parte, Ofelia introduce otro tono “el fondo marino es una cárcel de mujeres” dice, “me sacó el equipo de rescate; estaba muerta, pero me hicieron el boca a boda ¡todos!”, y aquí introduce ella su anhelo insatisfecho en la historia, al igual que las otras dos.
La cuestión, finalmente, es descubrir que las tres mujeres son tan sólo una, al igual que los dos personajes masculinos se resumen en las facetas de uno sólo con diversos momentos y dos puntos de vista (o más, si contamos con el padre de Hamlet y el nuevo marido de Gertrude, siempre ausentes).
Como digo, la crítica, pero como es evidente, también un elevado tono de sátira, residen en este Manlet, que exige de su elenco ponerse a la altura, y compactan su contenido con gran dinamismo.