Julio Castro – La República Cultural
La idea de la implicación puede surgir del extremo opuesto, como ha ocurrido en este proceso creativo de Ana Barcia y Raquel Mirón, en el que el análisis de “la quietud” hace resaltar la necesidad opuesta: la de hacer algo.
El equipo recibe al público como en una fiesta, como en un estreno. Invita a un vino, a unos canapés, mientras el público entra en la sala. Pronto las luces se atenúan, y ellas ya se encuentran en una fiesta, en la que no participan, donde no tienen papel: “permanecer mientras la gente cambia”.
El suelo está etiquetado y en él encontramos marcas a las que hace referencia esta historia, desde la estatua de sal en la que se convierte quien permanece, la persona inmóvil, al micrófono para expresarse. La inmovilidad es la excusa desde su particular Wikipedia, para hablar de las estatuas de sal de la mitología, partiendo de la historia de Lot y su mujer Edith, con una interesante controversia en la que apenas entran, pero que sugieren al público, porque es la intención de esta propuesta: ambos huyen de Sodoma alertados por los ángeles divinos, pero ella “desobedece el mandato” y se convierte en estatua de sal. Dos tipos de inmovilidad: la de quien se vuelve para permanecer, pero desobedece, frente a quien sigue las órdenes y huye…
Juegan con la palabra y juegan con el significado de las historias, tratan el descontento, hablando de huir a cualquier lugar “mientras estás descontenta de quién eres”, y aprovechan para introducir un texto de Baudelaire acerca del alma descontenta, a la que quiere llevar a otro lugar, hasta que, ante todas las posibilidades, ésta se manifiesta en el imposible “¡No importa dónde, no importa dónde! ¡Con tal que sea fuera de este mundo!”.
Un divertido rap con Cristian González cambia todo el ritmo de la historia, aunque los textos compartidos con Esther del Bao acaban conduciendo el interés del argumento hacia su destino.
Entre la teatralidad del texto y el movimiento coreográfico que se va intensificando hacia la segunda parte, las artistas abordan un amplio recorrido que les preocupa acerca de su entorno, del nuestro, de la forma de percibir la vida, y hablan de egos y autorreferencias, de gente obediente y domesticada, que ofrecen como a ritmo de procesión de moros y cristianos.
Quizá, más que en el hecho de la escena en sí misma, hay que mirar al conjunto, porque es más una acción performática, que un trabajo de danza o de teatro, pero, además del interés por la manera de resolver, el trayecto es importante, porque contiene un cuerpo poético interesante, que disecciona la vida y la inmovilidad, sin necesidad de referirse al conjunto de la sociedad salvo en lo que a la historia se refiere, pero sí al recorrido de cada cual que, habitualmente, suele ser generalizable.