Julio Castro - laRepúblicaCultural
“¿Eso es todo?”, pregunta ella, “Sí”, responde él. “Esperaba más intensidad”. “Define intensidad”, dice él casi exigiendo. Es el momento en que se desata el movimiento, en el que Virginia García trata de demostrar lo que quiere, cómo debe ser la relación entre ambos.
“Necesito tensión”, aclara “¿Para qué?”, “Para no caerme”. Son Damián Muñoz y Virginia García, de la compañía La Intrusa Danza, que nos desarrollan dos personajes o, más concretamente, sus relaciones posibles, su manera de conocerse, ajustarse o no.
Son cuerpos que se encuentran, tal vez casualmente, tal vez no, pero hablan de relaciones físicas, de espacios compartidos en el cuerpo, pero también de espacios individuales y experiencias con el propio cuerpo, de soledades y abandonos, de maneras de explorarse y de explorar al otro/la otra, de conocerse.
Pero también hablan de lo divertido y de la intensidad de un lenguaje que se va aprendiendo a la vez y compartiendo entre los cuerpos, de manera que la comunicación fluya en común, de la una al otro y viceversa.
Dos columnas de sonido con sus respectivos teléfonos conectados e iluminados se sitúan a ambos lados del escenario, y reciben al público evidenciando que tienen su papel en el trabajo que vamos a ver. Y es que mediante aquellos se consigue que la comunicación física comparta, a su vez otro lenguaje, el de la música, ya que cada uno de los personajes poniendo en marcha sus temas en los respectivos aparatos de sonido, a veces conjuntos y coordinados, otras solos, otras chocando entre sí.
En este sentido se complementa la parte coreográfica y actoral con el simbolismo del sonido y su efecto sobre el desarrollo de la escena.
“Quienquiera que tenga un minuto de poder, comete un error. Yo lo tuve”. Hay momentos de dualidad en el mensaje, que se ajustan a la acción de su relación, pero también en el transcurso de la vida, con otros significados sociales. Por ejemplo, es más intimista, y poético, algo como “¿qué te alivia a ti, la velocidad, la distancia, el frío?”, pero luego nos topamos con otros como “golpeas suavemente a quien te ha golpeado suavemente”, que expresan mientras golpean o se dan mutuos toques “¿…y si encontramos la tensión justa para poder respirar? […] y ahora no me sueltes”.
A lo largo del recorrido hay música que pone armonía, pero la cuestión, por seguir con el símil, es ¿qué ocurre cuando acaba la melodía? O bien ¿qué pasa cuando termina la música de uno? ¿y cuando el otro se cansa de poner siempre la suya y no escuchar la otra? Todo está aquí, pero poco tendrá respuesta, más allá del mero testimonio que dan sus cuerpos en danza.
Quizá la pregunta crucial es ¿se puede vivir sin música y sin compartirla? Y tal vez la respuesta se encuentra en el proceso, que muestra la necesidad de buscar la tensión que les mantenga en pie.
Un trabajo que se inicia con movimientos muy marcados en la primera parte, para ir dando más fluidez en su desarrollo sin grandes rupturas entre escenas; seguramente responde a un estilo propio, pero también al sentido de su contenido.