Julio Castro – La República Cultural
En 1936, poco después del golpe de Estado fascista en España, salía una revista cultural que homenajeaba a milicianos y milicianas que luchaban por defender la democracia de la II República en nuestro país, y en referencia a su indumentaria se llamó “El Mono Azul”. Ahora, la compañía PasoAzorín ha puesto en escena una nueva propuesta de teatro político en la que inciden, una vez más, en la situación de las mujeres durante la guerra civil española.
El texto de Ramón Paso, director y autor de la compañía, nos presenta una situación concreta y breve, en la que cuatro milicianas se encontrarán en la sierra, tras las líneas enemigas, escondiéndose de los soldados franquistas y de los soldados moros que ahondaron en las tropelías del fascismo.
La idea trata de exponer e ilustrar al público sobre situaciones que, efectivamente, se dieron, pero que aquí se concentran en los caracteres de las cuatro milicianas, llevándolas al extremo que conduce al enfrentamiento e, incluso, a la traición.
Se ha utilizado un estilo que mezcla la acción teatral, mezclada con lo discursivo, sirviendo esto último para situar e ilustrar al público, ubicándole en el momento histórico, lo que ocurrió en el entorno de la defensa y posterior caída de Madrid, aunque nos encontremos en el instante previo.
“El azul no es un color para esconderse”, dice Lucía, el personaje de Inés Kerzan. La obsesión de las cuatro proviene de la información de la que está al mando, Carmela (el personaje de Ana Azorín), que les avisa de que ha visto una gran cantidad de hombres llegando a la estación.
Mientras Julia (Nala Fernández), apuesta por la rendición y entrega a los enemigos, el resto se niega, ya sea por los ideales, como por la dignidad y la negativa a las torturas y malos tratos que ya conocen del enemigo. “Vivir es morir por la dignidad, y eso es lo primero que ellos te quitan”, le recrimina Carmela. La herida de bala de Victoria (Sandra Saulnier), cambiará los equilibrios entre las cuatro milicianas y avivará los enfrentamientos.
Tras otros trabajos como Matadero 36/39, Ramón Paso y la compañía siguen en este teatro completamente intencional, en el que se trata de recuperar la historia tapada de nuestros padres, madres y abuel@s. Si la anterior se apoyaba en diferentes escenas entorno a las situaciones de las mujeres maltratadas y asesinadas en prisión, ahora nos las muestra contra la pared, luchando por salir adelante sin renunciar a sus ideas. Personalmente, en este caso se me hace un poco excesivamente discursivo, y quizá demasiado dirigido a un entorno que ya conoce y comparte esas realidades pasadas, donde tal vez habría que reducir un poco el tono de ira que parece alcanzar al público.
Una parte de este efecto proviene de intentar mantener la tensión entre los personajes muy arriba durante la hora y cuarto aproximada que dura la función, sin hacer puntos de inflexión y relajación. Sin embargo sí creo que se trata de un teatro necesario, que trata de acercarse a gente joven que no ha conocido, estudiado, ni siquiera escuchado, todo aquello que encierran los años más duros de nuestra historia reciente, de los que se deriva la situación actual, la represión y el desequilibrio de poderes existente. No me parece posible dejar de mostrar estas duras realidades, pero sí creo que habría que volver algo más hacia un formato anterior, donde es el público el que comprende la idea y las consecuencias, sin necesidad de introducir demasiados conceptos en el mismo argumento.
Una línea de trabajo interesante que ha escogido su autor se sitúa en destacar el papel de la mujer en la defensa de las libertades logradas y en tratar de lograr otras nuevas, sufriendo más duramente las consecuencias de los reaccionarios antes, durante y después de la guerra, aspectos que muchas veces se olvidan. La terrible historia que condujo a la destrucción de la II República española está plagada de situaciones que sufrió la población, y estoy seguro de que veremos a la compañía en posteriores montajes.