Julio Castro – La República Cultural
Cinco personajes, uno de ellos marioneta construida con distintos objetos, se hacen a la mar. Hablan un lenguaje críptico, muy distinto de cualquiera de nuestras lenguas actuales, tal vez pasadas por el tiempo, tal vez por la mente de un narrador como Ítalo Calvino, tal vez imaginado por la mente de niñ@s que juegan.
Porque nuestros personajes son de otro tiempo, en el que “según Sir George H Darwin, en que la Luna estaba muy cerca de la Tierra. Las mareas fueron poco a poco empujándola lejos, esas mareas que ella, la Luna, provoca en las aguas terrestres y en las cuales la Tierra pierde lentamente energía”. Así lo introduce Calvino en su narración La distancia de la Luna, un cuento surrealista en el que las imágenes se describen de tal forma, que cualquiera es capaz de observarlas en esta puesta en escena de Ángela Malamud y Laura Garmo.
Nuestros personajes se dirigen a ordeñar la luna, las ubres que encuentran entre las escamas de la superficie. El personaje títere, manipulado por Carlos Gracia, es curiosamente el más autónomo de todos y con sus herramientas se encarga de sacar esa densa leche de la luna. Corresponde al primo del narrador protagonista (Manuel Minaya), que cuenta sus aventuras y desventuras en primera persona.
Todo se desarrolla como una parodia mímica sin palabras, donde la barca y una escalera ponen en conexión a los personajes con la luna. Numerosos artilugios sirven a los propósitos de sus viajes, y han sido capaces de recrear la historia de Calvino, a la vez que desarrollan su propio universo, en el que las únicas palabras coherentes que escucharemos se dicen en off, al inicio y al final de la obra, en tanto que ellos se comunican en un lenguaje inventado, tan directo y sencillo de comprender como sus momentos más cómicos y trágicos.
El capitán de la barca (Juan Miguel Alcarría) es un completo despistado, que intenta dirigir con mano de hierro la misión, pero también les acompañan su mujer (Ángela Malamud), que caerá en un profundo romance, más consigo misma que con cualquier otro, así como una niña (a la que da vida Laura Garmo), que seguramente acaba siendo la más despierta del grupo.
El entorno creado le entrega mucha magia a la puesta en escena, pero el espíritu de clown y mimo que tiene el equipo de actores y actrices logra enganchar desde el primer momento al público. Hay manejo de objetos, parodia del mundo real, transporte al mundo de sueños, imágenes potentes y buena narración física.
Entre l@s más pequeñ@s, el público se divierte viendo las ideas y los movimientos que contienen para ell@s otra historia, en tanto que ésta encaja mucho más con el público adulto. Desde la música, hasta la atmósfera tienen algo que liga la historia, con un trabajo muy bien coordinado y el toque mágico y extraño de su propio autor en escena.
A Laura Garmo la he visto en diferentes trabajos desde hace años, en comedias con Vanessa Palomo como Matar por matar y en Cáscara amarga, pero también más recientemente protagonizando un Fando y Lys, que ella misma dirigió. A Manuel Minaya lo encuentro en un trabajo muy diferente, dirigido por Pedro J. Martínez, haciendo un Lisandro dentro del El sueño de la Reina de las Hadas, en una versión a partir de Shakespeare. En tanto que unos años antes, pude conocer en escena a Carlos Gracia, en un trabajo de Teatro Galo Real, dirigido por Iván Luis, una forma de teatro histórico/documental sobre Bonnie y Clyde.
Puede funcionar con niñ@s, pero la narración y el montaje se verá realizada con público adolescente o adulto. Creo que no hay que tener miedo en pensar este tipo de trabajos para mayores, porque sería su espacio más adecuado, y encasillar estas propuestas con ideas preconcebidas es un error. Baste pensar por ejemplo en trabajos como Choof! o como Slastics, pero más aún, los ciclos de clown de la sala El Montacargas, que organizan desde hace décadas. Hay que educar a un público para que conozcan otras cosas, y se puede hacer muy bien con trabajos como este.