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Sergio Torrijos – La República Cultural
Esta reseña va dedicada a todos aquellos que un buen día aseguraron que arquetipos del género negro como el detective privado había sido enterrado. También va dedicada a los que un buen día dijeron que el género clásico estaba en las últimas. Novelas como esta nos reivindican con lo mejor del género.
La novela es una gozada de primer orden. Una obra bien construida, bien escrita y mejor ejecutada. Pocos peros se le pueden poner, sólo llego a admitir cierta blandura en la resolución final, el resto me parece de gran calidad.
La obra está construida con la técnica, que yo denomino aporte, y que consiste en que cada personaje va sumando un pequeño avance en el conocimiento general de la trama y del carácter de los propios personajes. Es muy cierto que hay un protagonista de mucho peso, pero el entorno en el que se mueve es muy denso y está bien conseguido que otros personajes tomen cierta relevancia sin llegar a desbancar al principal actor.
Como obra policial o negra, en este caso ambos términos tienden a mezclarse y confundirse, no tiene grandes elementos novedosos, lo novedoso es la tersura de su trama, el buen funcionamiento interno de todos los engranajes de la novela y también el reflejo, francamente bien construido, del ambiente que rodea a los implicados.
Lo mejor de la novela son sus personajes y la forma que tiene el autor de desarrollarlos, dando al lector la información necesaria para que vayamos construyéndonos una imagen correcta sobre ellos y al mismo tiempo creando el interés por saber de su trayectoria. Es muy cierto que la obra tiene un tono melancólico, porque trata sobre pérdidas importantes, el vacío que dejan las personas ausentes, pero aún así, siempre existe, bajo todo ello, un ligero tono de esperanza, que es el matiz más principal, a mi juicio.
La pérdida como estado vital marca la obra, no por algo se trata sobre la desaparición de un niño, Jamie, y la búsqueda que emprenden sus padres para saber su destino. En su camino se cruzan con Frank Behr, ex-policía que ejerce de detective privado y que tomará a cargo la investigación.
Lo descrito no sorprenderá a ningún lector, los mimbres en los que se asienta la trama ya han sido tratados con anterioridad y con profusión, pero el desarrollo que ejecuta David Levien es diferente, bastante diferente, la inmersión que muestra en los sentimientos de los protagonistas es de consideración, sin que por ello impida que la obra marche a buen ritmo, sin soltar la atención del lector ni por un momento. Una de las cualidades del escritor será otorgarnos la información precisa para que deseemos saber más, en administrar con sapiencia el desarrollo de la novela para que en ningún momento adolezca de desinterés y en componer un puzzle a partir de pequeñas piezas para ir mostrándonos, poco a poco, el resultado final.
Según nos cuentan en la contraportada el autor procede del mundo de Hollywood y eso se nota en la precisión de las escenas, en el desarrollo de los capítulos, en dotarnos de cierta entidad en lo que lo visual tiene mucho que decir. Aún así se percibe que como escritor tiene buena mano, en especial a la hora de administrar las historias, la contención, cierta sabiduría a la hora de narrar hacen que sea un escritor del que con seguridad escucharemos hablar más y también que nos proporcionará momentos de buena lectura.
Recomendar la lectura, a estas alturas, me parece un acto repetitivo. Les puedo asegurar de que si inician la novela no podrán dejarla a medias, lo cual dice mucho de su capacidad de atrapar la atención del lector. Es una buena novela que gustará a todos y que a algunos, como dije al principio, les valdrá para reconciliarse con el viejo género negro.
