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Friedrich Dürrenmatt: doble aniversario - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

la interrogación a la que nos referimos alude a la razón de ser misma del pensamiento crítico, un pensamiento incómodo que para muchos es preferible eludir ya que nos presenta como cómplices, y cómplices interesados, de un estado de cosas odioso en esencia y por tanto incorregible. Ello explica quizá el olvido parcial en el que hoy se encuentra la obra del autor de la pregunta que reproducimos, el cual la formuló en un ya lejano 1985: Friedrich Dürrenmatt. Y digo olvido parcial porque curiosamente la obra dramática de nuestro autor sigue representándose con gran éxito, de lo que fue prueba hace unos años la favorable acogida entre nosotros de La avería, producción que dirigió Blanca Portillo; de igual modo diversas piezas teatrales de Dürrenmatt se representan con frecuencia en los escenarios francófonos y germanohablantes, todo ello al mismo tiempo que su obra narrativa yace en el más absoluto olvido.

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Friedrich Dürrenmatt: doble aniversario

Actualidad de un olvidado

2015 Año Friedrich Dürrenmatt
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2015 Año Friedrich Dürrenmatt

Cartel de la conmemoración.

2015 Año Friedrich Dürrenmatt
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2015 Año Friedrich Dürrenmatt

Cartel de la conmemoración.

José Ramón Martín Largo – La República Cultural

¿Acaso nuestra era de paz, que millones de personas se empeñan en conservar haciendo manifestaciones, llevando pancartas, cantando música pop y rezando, no ha asumido hace ya tiempo la forma de aquello que, en otros tiempos, llamábamos guerra, toda vez que, a fin de apaciguarnos, incorporamos a nuestra paz las catástrofes?

La pregunta es pertinente en nuestra época, ya que plantea dos cuestiones que nos atañen muy de cerca: la primera, si lo que llamamos el orden mundial no es en realidad un caos; y la segunda, si los habitantes del mundo, en especial del mundo rico y desarrollado, pese a nuestra mala conciencia, no somos cómplices de dicho orden, el cual en principio querríamos cambiar mientras que hipócritamente nos beneficiamos de él. De manera explícita, la interrogación a la que nos referimos alude a la razón de ser misma del pensamiento crítico, un pensamiento incómodo que para muchos es preferible eludir ya que nos presenta como cómplices, y cómplices interesados, de un estado de cosas odioso en esencia y por tanto incorregible. Ello explica quizá el olvido parcial en el que hoy se encuentra la obra del autor de la pregunta que reproducimos, el cual la formuló en un ya lejano 1985: Friedrich Dürrenmatt.

Y digo olvido parcial porque curiosamente la obra dramática de nuestro autor sigue representándose con gran éxito, de lo que fue prueba hace unos años la favorable acogida entre nosotros de La avería, producción que dirigió Blanca Portillo; de igual modo diversas piezas teatrales de Dürrenmatt se representan con frecuencia en los escenarios francófonos y germanohablantes, todo ello al mismo tiempo que su obra narrativa yace en el más absoluto olvido. Sucede así que la parte más sustancial de esta narrativa, que se tradujo al castellano entre los años ochenta y noventa, nunca se ha reeditado, de lo que resulta que novelas fundamentales como El juez y su verdugo, La promesa, El valle del Caos, Justicia y El encargo que en su día fueron publicadas por Tusquets, se encuentran hoy descatalogadas. De este autor cuya creación novelística no corre mejor suerte en su propio país se cumplirán a lo largo del próximo año dos aniversarios que han dado pie al Centre Dürrenmatt de Neuchâtel a calificar de manera optimista al 2015 como el “año Dürrenmatt”, ocasión que debería ser propicia entre nosotros para la reedición de su obra.

Dürrenmatt nació en 1921 en un pueblecito del cantón de Berna. Estudió filosofía, filología y ciencias naturales en la Universidad de Berna y en la de Zurich, y en la postguerra se las ingenió para compatibilizar dos aficiones que se convertirían con el tiempo en su modo natural de expresión: la literatura y el dibujo. A ambas actividades dedicaría sus años de madurez, alcanzando gran celebridad en los años cincuenta y, sobre todo, en los sesenta, un período en el que creó una obra polifacética que incluía narraciones para la radio, novelas policíacas que se publicaron por entregas y piezas teatrales. Estuvo casado con dos actrices, no al mismo tiempo, siendo la segunda de ellas la alemana Charlotte Kerr, que también fue cineasta y dirigió gran número de documentales, entre ellos uno dedicado a nuestro Carlos Saura. En Neuchâtel, ciudad de la Suiza occidental en la frontera entre las lenguas francesa y alemana, vivió Dürrenmatt muchos años, y allí, tras su muerte en 1990, fundó Charlotte Kerr el mencionado Centre Dürrenmatt. De la existencia de éste, pues, se cumplirán ahora quince años, coincidiendo con los veinticinco del fallecimiento de nuestro autor.

En una breve nómina no registrada todavía de escritores-pintores el nombre de Dürrenmatt ocuparía un lugar destacado junto a los de Dino Buzzati y Ernesto Sábato. Parte de esta producción pictórica puede contemplarse en el Centre Dürrenmatt, y otra parte en Berna, en un ático de la Laubeggstrasse, número 49, donde nuestro autor vivió con sus padres mientras realizaba sus estudios. En esta buhardilla, en una época difícil para la economía suiza y para los Dürrenmatt, pintó Friedrich unos murales que más tarde fueron cubiertos por un inquilino, habiendo sido redescubiertos solamente en 1990, y expuestos al público unos años más tarde. Hoy la llamada “Dürrenmatt-Mansarde” es propiedad de una fundación y se utiliza como alojamiento temporal para profesores e investigadores de visita en Berna.

Su pintura participa enteramente de las inquietudes de este crítico social con aire libertario que fue Dürrenmatt, quien no se abstuvo de ilustrar algunas de sus obras literarias. Y es que, entre el expresionismo y el disparate goyesco, el autor suizo fue un retratista esmerado, fiel y burlón del caos de nuestro mundo. Un mundo que como en ningún otro lugar acertó a plasmarse en su Suiza natal, lo que la convirtió en el centro permanente y despiadado de su sátira. A este país de la neutralidad y del secreto bancario se refirió como una “madriguera de rencillas familiares, crímenes, incestos, perjurios, robos, estafas y calumnias”, bella retahíla a la que proféticamente añadió las siguientes palabras: “Dado que hemos despolitizado la política –y en esto apuntamos al futuro, sólo en esto somos modernos, auténticos pioneros, el mundo perecerá o se helvetizará–; dado que de la política ya no cabe esperar nada, ni milagros ni una vida nueva, tal vez sólo, y poco a poco, carreteras algo mejores, impera la gratitud por cualquier interrupción de la vida cotidiana y todo cambio es bienvenido, tanto más cuanto que el desfile anual de los gremios no logra sustituir ni de lejos, con su encorsetada dignidad, al inexistente martes de carnaval”. En efecto, un desfile de carnaval es la obra toda de Dürrenmatt, un desfile del que participan jueces, policías, abogados, consejeros cantonales, banqueros, ministros, rectores universitarios, periodistas y otros delincuentes menores, entre ellos algunas prostitutas y sus respectivos chulos. El universo del autor suizo posee ciertamente una lúcida acidez que no desentonaría junto a algunos de los films de nuestro Berlanga, creador al que le unen además el humor y el sentimiento orgiástico de la vida, testimonio inesperado de una paradójica asociación helvético-valenciana en un mundo globalizado.

En ese fustigado país de carácter rústico, irreal, centroeuropeo, el posible final se va abriendo paso de un modo ingenioso. Dürrenmatt escribe (y perdónese la extensión de la cita): “El suelo que se quiere defender es comprado por extranjeros, manos foráneas mantienen viva la economía, que las autóctonas ya sólo administran y apenas si manejan, el ciudadano del Estado constituye una clase superior bajo la cual se instalan, apiñados en viviendas alquiladas a menudo a precios de escándalo y llevando una vida frugal y laboriosa, italianos, griegos, españoles, portugueses y turcos, en parte despreciados, con frecuencia aún analfabetos, ilotas, para muchos de sus amos seres incluso infrahumanos que algún día, convertidos en proletariado consciente y superiores dentro de su contentadiza vitalidad, podrían reclamar sus derechos al darse cuenta de que la empresa que se denomina nuestro Estado ha sido ya comprada a medias por capital extranjero y sólo depende de ellos. En realidad, nuestro pequeño país –es lo que suponemos y nos frotamos, perplejos, los ojos– salió de la historia al entrar en el mundo de las grandes finanzas”.

La obra narrativa de Dürrenmatt es extensa y a sus valores literarios cabe añadir la eficaz denuncia de un orden que es el nuestro. El juez y su verdugo, primera novela policíaca de Dürrenmatt escrita en 1952, cuenta la historia del comisario Bärlach, que ante unos hechos enigmáticos no dudará en ajustar la realidad a su propia concepción de la verdad y la justicia. Algo parecido sucede en La promesa, novela que se construye a partir del asesinato de la niña Gritli Moser. Aquí, sin embargo, es la totalidad de los habitantes del pueblo la que paulatinamente, por medios lógicos sólo en apariencia, dirige su condena hacia un buhonero que se encontraba de paso, sirviéndose para ello de unos agentes policiales tan anodinos como obstinados. “La gente”, escribe el narrador, “espera que al menos la policía sepa tener el mundo bajo control, mientras que yo por mi parte no puedo imaginarme una esperanza más asquerosa. La realidad se las arregla con la lógica sólo a medias”.

En El valle del Caos Dürrenmatt nos presenta una fábula que escapa al marco de las novelas policíacas que tanto frecuentó en su carrera. En ella se nos aparece un lugar inaccesible de la campiña suiza, lugar en el que inesperadamente se presenta un personaje misterioso, “parecido al Dios del Antiguo Testamento, sólo que sin barba”. Este hombre es el presidente de un sindicato internacional del crimen, un alto ejecutivo que con la ayuda de su devoto asistente, Gabriel, repartirá consejos y resolverá los problemas de las gentes del pueblo. La intriga se desarrolla en torno a un balneario que constituye la única fuente de ingresos de los aldeanos. Sugestionado por un teólogo, el “Dios sin barba” comprará el balneario a fin de convertirlo en una Casa de la Pobreza en la que los multimillonarios podrán prescindir durante una temporada de sus comodidades materiales. A ello sucederá una siempre creciente proliferación de tramas secundarias protagonizadas por magnates y corporaciones internacionales. El pequeño mundo de El valle del Caos es algo más que una negra alegoría de la Suiza contemporánea: el retrato de un orden en el que la policía, la justicia, el sistema político y el ejército contribuyen a conformar una sociedad en la que se permite que florezcan, en la práctica sin ninguna vigilancia, tanto el crimen a gran escala como la pequeña criminalidad, y constituye por sí solo un motivo más que suficiente para explorar la obra de nuestro autor.

Dürrenmatt fue un lúcido observador de su tiempo, en el que advirtió los signos de una perversión generalizada que supo relatar de manera adictiva sirviéndose tanto de la precisión sociológica como de la ironía. Hay aquí verdugos y víctimas, como también un mecanismo de dominación por medio del crimen que, a pesar de sus complejidades, resulta fácilmente identificable. Esas víctimas son aquellos que creyeron que lo que aprendieron en la escuela iba en serio. Así lo explica el abogado protagonista y narrador de la novela Justicia: “A la sazón aún quería ir por el mundo con la conciencia limpia, anhelaba enfrentarme a procesos auténticos, tener posibilidades de ayudar a la gente”, ilusiones todas ellas que se esfumarán al contacto con la corrupción en vigor. E igualmente víctima es la protagonista de El encargo, una periodista que debe indagar en la muerte de una mujer y cuyo destino será confundirse con el de aquélla cuya memoria pretende rescatar.

La obra de Dürrenmatt está hoy más viva que nunca, como saben muy bien en Neuchâtel los responsables de la institución que lleva su nombre. El Centre Dürrenmatt, además de una exposición permanente de la obra pictórica y de diverso material literario, ofrecerá a partir del 25 de enero diversas actividades asociadas al “Año Dürrenmatt”, empezando ese día por una charla de quien es su directora, Madeleine Betschart. Un inicio de año prometedor para una obra tan olvidada entre nosotros como necesaria.

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