Feed RSS
Iduna Ruiz de Martín – La República Cultural
Gael García Bernal y Rodrigo de la Serna protagonizan Diarios de Motocicleta (2004), una película que nos acerca a la vida del “Che” Guevara antes de que vistiera con el fusil al hombro.
“Deja que el mundo te cambie, y podrás cambiar el mundo”. Él se dejo cambiar, y lo revolucionó todo. Diarios de motocicleta desvela su verdadera esencia desde antes que aparezca el título, y lo hace con esta afirmación tan tajante que define a su protagonista, y que presenta el largometraje.
Walter Salles dirige esta historia real que nos acerca a través de las “Notas de Viaje” de su protagonista, a la sucesión de acontecimientos y vivencias que depositaron el germen de la revolución en el espíritu de un joven Ernesto Guevara (interpretado por Gael García Bernal), estudiante de medicina argentino, jugador de rugby, y asmático ocasional.
Toda gran historia necesita de un sueño para nacer. La muesca que el “Che” dejó para la posteridad, empezó con las ansias de ver mundo. Quería recorrer 8.000 kilómetros en cuatro meses junto a su amigo Alberto Granado (Rodrigo de la Serna), improvisando en cada recodo del camino con la única idea clara de llegar a Caracas en la fecha prevista a lomos de “La Poderosa”, una Norton 500 del 39, o para los menos doctos en el tema, una moto desvencijada que pedía a gritos -y tropiezos- socorro.
Y así empieza el dibujo del comandante, sumergido en una fotografía poderosa, que embriaga y aturde, responsabilidad de Eric Gautier; y con kilómetros por delante para descubrir las vidas que darían la vuelta a la suya.
“Inspiramos envidia y admiración” dice uno de los locos de la motocicleta. Ya lo creo, le respondo en voz alta. Cruzando la frontera de Chile, el idealista “Fuser” (apodo con que le conocían en el equipo de rugby) reflexiona sobre las emociones que provoca el cruzar fronteras, y resalta la combinación de la melancolía por saber todo lo que queda atrás, frente al entusiasmo de lo que está por venir. Imaginaos, se mostraba impaciente por lo que estaba por llegar, y ni sospechaba que sería el guerrillero más amado y odiado de la historia reciente.
Nieve, la picardía de un usar un periódico como salvoconducto, el mercado y sus trabajadores, Valparaíso y Neruda recitado por cada esquina. Entretanto, yo me acuerdo de Kerouac y su travesía hacia el Oeste, los comparo, viajó al libro, y cuando vuelvo, ya estoy cruzando el Desierto de Atacama y llegando a Perú, el país que hizo crujir el alma de uno de los líderes de la Revolución Cubana.
“Si no buscas trabajo, ¿entonces por qué viajas?”. Le preguntan dos rostros ennegrecidos por la tristeza, o por la oscuridad. Ya no lo sé. “Por el puro placer de viajar”. Responde él, con la cabeza baja. Y mirando a la cara al matrimonio que tiene delante, que acaba de narrarle cómo un terrateniente les sacó a la fuerza de su casa y de sus tierras, algo se rompe en el espíritu de aquel “Che” de apenas 23 años. El ruido que siente dentro parece que lo provoca una especie de culpa adherida al abismo que les separa. Algo va mal, muy mal, en América Latina.
En su paso por Cuzco conocen a Don Néstor, un genio que sabe leer cada pared de su ciudad, y conoce mejor la historia que los libros de texto que han escrito los conquistadores. En quechua empiezan a sonar historias personales que remueven a los dos viajeros; y en Lima, el doctor Hugo Pesce les dará la oportunidad de sentir a la gente en uno de los rincones del mundo que más removió al “Che”: la leprosería de San Pablo. De camino, el asma ataca; pero no estoy segura si es la enfermedad o la realidad lo que le asfixia. Aquí, mientras ayuda como médico a la comunidad de enfermos, cruzará algo más que un río y romperá las reglas para hacerlos a todos iguales , pronunciando en una noche cualquiera un discurso en el que se palpa la ideología que marcaría al futuro comandante. Dentro de este loco soñador con ansias de mundo estaba latiendo un cambio, Granado se lo nota, y él también lo sabe.
Ocho años después de que abrazara sin miedo a aquellos individuos apartados de todo y escuchara los dramas que el camino cruzó delante de “La Poderosa”, reclamaría a Granado, su compañero de motocicleta, para que se instalara con él en Cuba y trabajara como investigador científico. Por aquel entonces no quedaba nada de la ingenuidad, pero si mucho de idealismo y de dudas, estoy segura. Atrás quedaba “Fuser”, ya era comandante y vestía con el fusil al hombro.
Ernesto “Che” Guevara dejó que América Latina, sus gentes, esa raza mestiza y única en que creía, le cambiara, y vaya si él cambió el mundo. Os guste o no.
